Su camino de discípulo llevó a Francisco a una cercanía, a una familiaridad y a una unión muy profundas con el Señor. Un camino iniciado en san Damián ante Cristo crucificado, contemplado con los ojos, pero sobre todo, con el corazón. La cruz de Cristo resume el sufrimiento del mundo y, a la vez, manifiesta la medida sin medida del amor de Dios, que vence la fuerza del mal con el poder de su amor humilde y entregado hasta el final.Quédate en silencio ante la cruz del Señor, como tantas veces hizo san Francisco. Deja que esa imagen se grabe en tus ojos y luego, poco a poco, se imprima en tu corazón. Deja, también, que brote de dentro: “Fue por mí”. Era lo que repetía san Francisco muchas veces: «Sucedió por mí». No para caer en la culpabilidad, sino en la gratitud y en la adoración: “Por mí, por el perdón de mis pecados, por mi salvación. ¡Gracias, Señor!”.
El teólogo Romano Guardini, intentado comprender el misterio de la redención, ¡todo un Dios que se baja y se humilla hasta el extremo!, cosa que no lograba, escuchó una frase de un amigo que le iluminó: “El amor hace cosas así”. Ante una verdad así desaparece toda lógica. Solo queda agradecer, acoger, adorar… Pide a san Francisco el deseo sincero de corresponder mejor a este «Amor que no es amado»: “¿Por qué me has amado tanto Señor? ¿Por qué? ¿Qué puedo hacer por ti?”.