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Pax et Bonum · 30 noviembre, 2023

Ser franciscano

¡No te asustes! No es nada grave creer que tienes vocación. Nadie viene a este mundo sin una vocación… Es cierto que esta palabra (y lo que conlleva) no está muy bien vista en nuestros días. En ocasiones nos asusta y confunde; otras veces despierta lo mejor de nosotros mismos y otras incluso nos abruma, queriendo eliminarla de nuestra mente para no complicarnos la vida. Pero, ¿quién querría eliminar la posibilidad de ser feliz de verdad? En otras palabras: vivir la vida a la que hemos sido llamados por Dios, encontrar nuestro sitio y el sentido de nuestra existencia. Dios nos ha creado, nos ha amado y nos ha elegido primero (Juan 15, 16). El «querer» de Dios, ¡su voluntad!, es que lleguemos a vivir junto a Él lo que ha preparado con tanto amor para cada uno de nosotros.

Por lo tanto, la vocación no puede ser más que la decisión libre por parte de Dios, que llama y propone, y por parte del hombre, que acepta la propuesta y la hace suya (o no: ¡recuerda al joven rico del Evangelio!) como respuesta de amor a quien primero pensó en él con amor. Y como para Dios somos únicos e irrepetibles, cada vocación es distinta y específica para cada uno, de ahí la necesidad de descubrir la propia vocación.
 
Dentro de las posibles vocaciones, algunos escuchan la llamada a seguir a Cristo a través “de un don particular en la vida de la Iglesia”, esto es, los consejos evangélicos: castidad ofrecida a Dios, pobreza y obe­diencia, como consejos fundados en las palabras y ejemplos del Señor, que han vividos tantos creyentes a lo largo de la historia de la Iglesia, especialmente para nosotros san Francisco y santa Clara. 
Lo que en un primer momento puede ser una intuición, “algo que se mueve por dentro y que no me deja tranquilo”, una pregunta, una inquietud… poco a poco ha de irse iluminando y clarificando. En esta fase es posible que experimentes que el deseo de dar un paso más aparece con intensidad y estarías dispuesto a todo. Luego, aminora y vuelves a lo de siempre, porque en el fondo, – piensas -, es imposible que sea capaz de vivir algo así, por lo tanto es mejor olvidarlo, aunque sea verdad. Además, sería tan complicado decírselo a mis padres, a mis amigos, a la gente que me conoce… ¡a mi novia! Este razonamiento te parece muy comprensible y tranquilizador, y lo dejas pasar. Estás cargado de razones parecidas, pero el deseo sigue ahí y cuando menos te lo esperas reaparece… 
 
Cuando se tiene la intuición de la llamada, y desde la confianza en Dios y la valentía decidimos seguir adelante y no huir, se da el paso a la experiencia, es decir, se toma contacto con un fraile o se visita una fraternidad para comenzar un camino de diálogo y poder así descubrir la voluntad de Dios sobre mi vida: ¿Me estás llamando de verdad? Esto que siento y que no me deja tranquilo, ¿de dónde me nace y hacia me quiere llevar?

Este paso puede llevarme a pedir la entrada en una fraternidad franciscana para seguir descubriendo la llamada de Dios. Esta primera etapa se llama postulantado, que significa, llamar a la puerta e iniciar el camino. Dura entre uno y dos años, y está marcado por el discernimiento vocacional, la convivencia fraterna y la oración junto con otros hermanos “más experimentados”, para poder verificar si el deseo que siento de entregar mi vida entera a Dios coincide con la vocación franciscana (o con otro tipo de vocación en la Iglesia). Es importante tener en cuenta que en nuestros días una opción para siempre y un compromiso sin condiciones suenan demasiado fuertes y, con frecuencia, asustan. De ahí que sólo poniendo toda nuestra vida en manos de Aquel que nos ama y nos da su fuerza es posible encontrar la alegría de darnos enteramente. ¡Feliz quien no se entrega al miedo, sino a la confianza!

El postulantado da paso al noviciado, que dura un año. Durante esta etapa, guiados por la experiencia y la sabiduría de los formadores, se nos ayudará a reconocer aún con mayor claridad si nuestra llamada coincide con la vocación del hermano menor. Todo el itinerario espiritual, formativo y de vida fraterna del noviciado, según el carisma de la Orden, es una invitación fuerte a abrazar una vida nueva, la vida en el Espíritu, y a «apasionarnos» en el seguimiento radical de Jesucristo, pobre y humilde, en el amor al Padre y en el servicio a su Reino.

Teniendo en cuenta que la «esencia» de la vida franciscana se encuentra en el don de gracia que el Señor concedió a san Francisco de Asís y en su respuesta pronta y generosa que nos llega a través de sus escritos, biografías y la tradición de la Orden, una parte importante del tiempo se dedica a conocer y profundizar en la riqueza del carisma franciscano.

El tiempo de noviciado concluye con la profesión temporal. El período de votos temporales (pobreza, castidad y obediencia) promueve la maduración del hermano en vista de un sí más consciente, más libre, más maduro y gozoso: ¡Un sí para siempre! Es el momento de la profesión perpetua o solemne. La definitiva donación al Señor en la fraternidad nos prepara para el ministerio que desarrollaremos en la Iglesia y en la Orden. Y esto también a través del sacerdocio para aquel hermano que, además, sea llamado a esta vocación.

Otros aspectos importantes de la formación de un franciscano son el estudio, el trabajo pastoral/apostólico y el servicio y la cercanía a personas que viven en situaciones de exclusión y pobreza. En este sentido, decía san Francisco: «Alegraos, hermanos, cuando conviváis con personas de baja condición y despreciadas, con pobres y débiles y enfermos y leprosos y los mendigos de los caminos».

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