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¡No te asustes!

¡No te asustes! No es nada grave creer que tienes vocación. Nadie viene a este mundo sin una vocación… Es cierto que esta palabra (y lo que conlleva) no está muy bien vista en nuestros días. En ocasiones nos asusta y confunde; otras veces despierta lo mejor de nosotros mismos y otras incluso nos abruma, queriendo eliminarla de nuestra mente para no complicarnos la vida. Pero, ¿quién querría eliminar la posibilidad de ser feliz de verdad? En otras palabras: vivir la vida a la que hemos sido llamados por Dios, encontrar nuestro sitio y el sentido de nuestra existencia. Dios nos ha creado, nos ha amado y nos ha elegido primero (Juan 15, 16). El «querer» de Dios, ¡su voluntad!, es que lleguemos a vivir junto a Él lo que ha preparado con tanto amor para cada uno de nosotros.

Una decisión libre

Por lo tanto, la vocación no puede ser más que la decisión libre por parte de Dios, que llama y propone, y por parte del hombre, que acepta la propuesta y la hace suya (o no: ¡recuerda al joven rico del Evangelio!) como respuesta de amor a quien primero pensó en él con amor. Y como para Dios somos únicos e irrepetibles, cada vocación es distinta y específica para cada uno, de ahí la necesidad de descubrir la propia vocación.

Como Francisco y Clara

Dentro de las posibles vocaciones, algunos escuchan la llamada a seguir a Cristo a través “de un don particular en la vida de la Iglesia”, esto es, los consejos evangélicos: castidad ofrecida a Dios, pobreza y obe­diencia, como consejos fundados en las palabras y ejemplos del Señor, que han vividos tantos creyentes a lo largo de la historia de la Iglesia, especialmente para nosotros san Francisco y santa Clara.

Paso a paso

Lo que en un primer momento puede ser una intuición, “algo que se mueve por dentro y que no me deja tranquilo”, una pregunta, una inquietud… poco a poco ha de irse iluminando y clarificando. En esta fase es posible que experimentes que el deseo de dar un paso más aparece con intensidad y estarías dispuesto a todo. Luego, aminora y vuelves a lo de siempre, porque en el fondo, – piensas -, es imposible que sea capaz de vivir algo así, por lo tanto es mejor olvidarlo, aunque sea verdad. Además, sería tan complicado decírselo a mis padres, a mis amigos, a la gente que me conoce… ¡a mi novia! Este razonamiento te parece muy comprensible y tranquilizador, y lo dejas pasar. Estás cargado de razones parecidas, pero el deseo sigue ahí y cuando menos te lo esperas reaparece…

Confianza en Dios

Cuando se tiene la intuición de la llamada, y desde la confianza en Dios y la valentía decidimos seguir adelante y no huir, se da el paso a la experiencia, es decir, se toma contacto con un fraile o se visita una fraternidad para comenzar un camino de diálogo y poder así descubrir la voluntad de Dios sobre mi vida: ¿Me estás llamando de verdad? Esto que siento y que no me deja tranquilo, ¿de dónde me nace y hacia me quiere llevar?

Postulantado

Este paso puede llevarme a pedir la entrada en una fraternidad franciscana para seguir descubriendo la llamada de Dios. Esta primera etapa se llama postulantado, que significa, llamar a la puerta e iniciar el camino. Dura entre uno y dos años, y está marcado por el discernimiento vocacional, la convivencia fraterna y la oración junto con otros hermanos “más experimentados”, para poder verificar si el deseo que siento de entregar mi vida entera a Dios coincide con la vocación franciscana (o con otro tipo de vocación en la Iglesia). Es importante tener en cuenta que en nuestros días una opción para siempre y un compromiso sin condiciones suenan demasiado fuertes y, con frecuencia, asustan. De ahí que sólo poniendo toda nuestra vida en manos de Aquel que nos ama y nos da su fuerza es posible encontrar la alegría de darnos enteramente. ¡Feliz quien no se entrega al miedo, sino a la confianza!

Noviciado

El postulantado da paso al noviciado, que dura un año. Durante esta etapa, guiados por la experiencia y la sabiduría de los formadores, se nos ayudará a reconocer aún con mayor claridad si nuestra llamada coincide con la vocación del hermano menor. Todo el itinerario espiritual, formativo y de vida fraterna del noviciado, según el carisma de la Orden, es una invitación fuerte a abrazar una vida nueva, la vida en el Espíritu, y a «apasionarnos» en el seguimiento radical de Jesucristo, pobre y humilde, en el amor al Padre y en el servicio a su Reino.

Teniendo en cuenta que la «esencia» de la vida franciscana se encuentra en el don de gracia que el Señor concedió a san Francisco de Asís y en su respuesta pronta y generosa que nos llega a través de sus escritos, biografías y la tradición de la Orden, una parte importante del tiempo se dedica a conocer y profundizar en la riqueza del carisma franciscano.

Profesiones

El tiempo de noviciado concluye con la profesión temporal. El período de votos temporales (pobreza, castidad y obediencia) promueve la maduración del hermano en vista de un sí más consciente, más libre, más maduro y gozoso: ¡Un sí para siempre! Es el momento de la profesión perpetua o solemne. La definitiva donación al Señor en la fraternidad nos prepara para el ministerio que desarrollaremos en la Iglesia y en la Orden. Y esto también a través del sacerdocio para aquel hermano que, además, sea llamado a esta vocación.

Otros aspectos importantes de la formación de un franciscano son el estudio, el trabajo pastoral/apostólico y el servicio y la cercanía a personas que viven en situaciones de exclusión y pobreza. En este sentido, decía san Francisco: «Alegraos, hermanos, cuando conviváis con personas de baja condición y despreciadas, con pobres y débiles y enfermos y leprosos y los mendigos de los caminos».