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Por Pilar Sánchez Álvarez

 

En los primeros siglos, los Santos Padres reunidos en los Concilios edifican el cuerpo doctrinal de la Iglesia. En estos primeros momentos se enriquece y en parte se oscurece, la Encarnación. Aparecen las disputas sobre las naturalezas en Cristo, se estudia las relaciones entre lo divino y lo humano/lo creado o lo increado y herejías filosóficas que ayudaron a madurar la fe cristiana.

Tienen lugar los siguientes Concilios: Nicea (325 d.C.) donde se proclama de divinidad de Jesús; Éfeso (431 d.C.) afirmando la unidad humano-divina, Calcedonia (851 d.C.)  donde se declara las dos naturalezas de Jesucristo y el de Constantinopla (681 d.C.) afirmando las dos voluntades.

El cristianismo dominaba todos los ámbitos, incluyendo el arte en todos sus aspectos. La gente era analfabeta en su inmensa mayoría y la Iglesia reproducía en el arte, los dogmas que quería transmitir, con basílicas bajas, muchos santos y vírgenes espiritualizadas, escenas bíblicas espectrales, casi sin luz y predominando su intención didáctica.

A principios del siglo XIII se producen grandes cambios en todos los aspectos de la sociedad, porque se pasa de un régimen feudal de siervos, a un régimen burgués de hombres libres, donde el prestigio social no se basa ya en la posesión de tierras sino en el dinero. Es la época donde aparecen las universidades, el comercio debido al aumento de la producción en la agricultura e intercambio de la artesanía y todos estos factores influyen en un cambio religioso.

Aparecen las órdenes mendicantes, con frailes y no monjes, que ya no viven encerrados en los monasterios sino entre las gentes de las ciudades, predicando no en latín, sino en la lengua coloquial, ejerciendo la pobreza personal y colectiva, viviendo de la mendicidad o de su propio trabajo, llevando el Evangelio a todos los sitios y a todos los hombres.

Y en este contexto situamos a san Francisco de Asís, con vocación evangélica y apostólica, potenciando la humanidad de Cristo y con una visión optimista de la vida. Para los hermanos franciscanos, los santos y las vírgenes no pertenecían al mundo sobrenatural sino a lo mejor de la humanidad, imágenes bellas y optimistas, sin monstruos sino con bosques, ríos, ángeles. Los contemporáneos perciben ese cambio, y llaman a los franciscanos juglares de Dios. Con sus laúdes, mandorlas y canciones populares cantaban en las plazas pregonando el evangelio.

Este espíritu festivo, alegre, impregna a los pintores que hacen cuadros bellísimos en su proporciones y perspectivas. Los pintores franciscanos ya no hacen dípticos ni trípticos dorados, porque esta nueva pintura sale de la penumbra a la luz, con grandes frescos murales donde hay santos que ríen y bailan, y personajes del pueblo con hermosas telas toscanas.

San Francisco, aunque pasaba temporadas en eremitorios dedicado a la oración, la mayor parte del tiempo transitaba por los caminos como peregrino o extranjero, dando ejemplo de vida con su actitud, cumpliendo el mandato de Cristo (Mt, 7-14), hablando a todos con delicadeza, con empatía, con proximidad, intentado comprenderlos y sin juzgar a nadie. Predicaba la justicia y la paz, la humildad y la conversión, la fraternidad universal, alabando al Creador y siempre al servicio de los demás. Esta es la espiritualidad franciscana presente en ese gran poema que es el Cántico de las Criaturas.

Es un poema para ser cantado por los hermanos, por las plazas de los pueblos y parece ser que lo gestó en varios momentos de su vida, aunque lo dio a conocer después de recibir los estigmas en la cuaresma del año 1224 en el monte Alvernia, de sufrir varias enfermedades, entre ellas una grave oftalmía que le impedía ver, aunque no dejó de predicar a los hombres, a los pájaros, al lobo, a todo lo creado…

Un año antes de su muerte, en marzo o abril de 1225 d.C., compone en San Damián o en el palacio episcopal de Asís, el “Cántico del hermano sol” en dialecto umbro. Lo cantó por primera vez, con sus hermanos León y Ángel.

EL CÁNTICO ESTÁ DIVIDIDO EN TRES PARTES:

primera, el santo se dirige a Dios a quien alaba, reconociéndose empequeñecido ante Él, e indigno ante su bondad, y belleza.

-la segunda, es el núcleo del canto. Él mismo como protagonista expresa ocho alabanzas a Dios que libremente y por su amor al hombre, cubre sus necesidades creando el mundo, entregándoselo, no como dueño, sino para que lo disfrute y lo conserve. De esas alabanzas, seis cubren las necesidades materiales y dos las espirituales, dejando en la explicación de cada una de ellas, su manera de pensar y de vivir, descubriendo en cada palabra su espiritualidad.

-tercera parte, cambia de protagonista, se dirige a los receptores del cántico, a sus hermanos, a los hombres y mujeres de los pueblos donde pasaba, a esos pobres o ricos que lo escuchaban, a los pájaros, a lo lobos, a la naturaleza entera, porque cada parte de la naturaleza es vestigio, huella, ser semejante al Dios creador. Toda la naturaleza es una teofanía para Francisco.

En estas alabanzas, Francisco ve en esos elementos: sol, luna, estrellas, viento, aire, agua y tierra, todo lo necesario para el beneficio del hombre. Por este motivo, el santo los llama hermanos, porque el mismo Creador hizo todas esas cosas de la nada para el hombre, un hombre hecho de tierra que volverá a esa tierra en el momento final…

Es curioso que en la Biblia al Espíritu Santo se le suele representar además de como paloma, como fuego, símbolo de energía transformadora; como agua, símbolo de su actuación en el bautismo o como el viento, como algo que no se ve pero que es.

El amor más grande que existe, el Amor agápico de Dios al Hombre, el que lo da todo sin pedir nada, se hace presente en la Encarnación, un Dios misericordioso que se hace uno de nosotros, que muere en una cruz, ofreciéndose por voluntad propia, en obediencia absoluta al Padre para “perdonar por amor”.

San Francisco, que había pedido sufrir en su cuerpo las mismas llagas de Cristo, nos revela a Dios como modelo de amor a los hermanos, y si seguimos ese camino, promete felicidad, al hacernos hijos adoptivos de Dios. “Coronados serán”.

Hay dos cuadros impactantes que resumen las necesidades espirituales del hombre: el amor, la esperanza y la fe. Son el “Abrazo de san Francisco de Asís al Crucificado” de Francisco Ribalta y “San Francisco abrazando al Crucificado” de Murillo. En el primero san Francisco reposa su cara en la herida del costado para participar del sufrimiento del Cristo, y este con su brazo desclavado pone una corona de espinas sobre la cabeza de Francisco quien abraza a su Señor con los ojos cerrados, mientras un ángel coloca una corona de flores en el crucificado. En el segundo, en el de Murillo, el fraile sigue abrazado a Cristo pisando el globo terráqueo, bien firmes sus pies en él porque representa el concepto de fraternidad con todo lo creado, y Cristo con ternura, con su brazo desclavado lo abraza mientras sus miradas se cruzan. Es un Cristo resucitado, y un fraile santo, en una unión mística de ambos.

Ambos cuadros resumen las dos últimas estrofas del Cantico: la Redención y la Resurrección de un Dios que ama al hombre, y un hombre que aspira a la unión íntima con su Dios. San Francisco no puede terminar su canción sin animar a todos a seguirle en las alegrías y en las penas, dando esperanza y sentido a sus vidas; una catequesis perfecta del Alter Christum, verdaderamente un icono vivo de Cristo.