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Rescatamos del V centenario del nacimiento de Santa Teresa un artículo de Francisco Javier Gómez Ortín, OFM, que ilustra a la perfección la influencia franciscana en el estilo de vida reformado que impulsó Santa Teresa. Esperamos os guste.

A los especialistas teresianos no les era desconocido el poderoso influjo que los franciscanos ejercieron sobre la Docto­ra del Carmelo. Ella misma lo declara siempre que se tercia, confesando su estima, afición y reconocimiento hacia San Francisco y sus hijos. La celebración del V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Ávila nos brinda la oportuni­dad de airear tan sugestivo tema. Rechácese de antemano la idea de que tamaña dependencia de los franciscanos pudiera deslustrar la fama de original escritora mística de que goza la san­ta (lo que le ha valido ser proclamada con toda justicia Doctora de la Iglesia). No de otro modo acaece con el cimero místico franciscano Fr. Juan de los Ángeles, para quien no es desdoro alguno, antes subido honor, el haber bebido sin tasa en los ricos veneros del sublime San Juan de la Cruz.

Paralelo entre Francisco y Teresa

Salta a la vista la semejanza entre ambos santos, salvadas las peculiaridades caracterís­ticas de tan geniales e irrepetibles personalida­des. Los dos son seres carismáticos, liberados, volcánicos, creadores (poetas y fundadores), penitentes, viajeros. Uno y otra son dechados de encumbrada oración y de inflamada acción, las que aciertan a hermanar en perfecta sín­tesis evangélica. Entrambos desarrollan extraordinaria actividad. Él cruza Italia varias veces, peregrina a Tierra Santa, a España: predica, escribe, canta, funda tres Órdenes Religiosas. Ella, monja andariega, recorre la geografía española: funda y reforma monasterios escribe, trata y se cartea con ele­vados personajes. Paradójicamente, ambos santos logran el más alto grado de contemplación y unión con Dios. Aquél mereció el título de Serafín de Asís, y el Estigmatizado del Alverna; ésta, el de Mística Doctora, y la Transverberada de Ávila. Francisco es para Teresa el primer contemplativo: “Yo he mirado con cuidado, después que esto he entendido, de algunos santos, grandes contemplativos, y no ivan por otro camino: San Francisco, San Antonio, San Bernardo, Santa Catalina de Sena, y otros muchos” (Vida, cap. 22). Francisco y Teresa son vo­luntaristas, cuyo motor de acción es el co­razón, no la cabeza; obraban por corazona­das, más que raciocinio. Por el espíritu de la santa carmelita circula la savia del ardiente voluntarismo franciscano que la inmuniza­ría contra la epidemia quietista, azote de su época.

Teresa de Jesús mostró gran devoción a San Francisco, porque sus almas eran gemelas,  extremadamente acordadas. Hay una cita preciosa en la cual la santa sintoni­za con el alma arrebatada del juglar de Dios: “Da Nuestro Señor al alma algunas veces unos júbilos y oración extraña, que no sabe entender qué es… Es harto, estando con este ímpetu de alegría, que calle y pueda disimular. Esto debía sentir San Francisco, cuando le toparon los ladrones, que andaba por el campo dando voces, y les dijo que era pregonero del gran Rey” (Morada sexta). Entre las varias ermitas que la Madre Teresa edifica para sus religiosas en el huerto del convento de S. José de Ávila, una la dedicó a San Francisco.

Su afecto y admiración se extenderán asimismo a los hijos santos del Patriarca de Asís. A sus monjas les propone como mode­lo de oración eficaz al “santo Fray Diego (de Alcalá), que era lego, y no hacía más de ser­vir” (Conceptos del Amor de Dios, cap. 2º). Sintió especial predilección por su consejero y confesor San Pedro de Alcántara, cuya in­tervención fue decisiva en la fundación de S. José, de Ávila, y en otros casos apura­dos. De su penitencia y virtud extremadas hace prolijos encomios: “Un santo hombre, de gran espíritu, no parecía sino hecho de raíces de árboles…¡cuán grande ánimo le dio Su Majestad a este santo para hacer 47 años tan áspera penitencia; y con toda esta santidad, era muy afable” (Vida, cap. 27).

Maestros franciscanos de santa Teresa

Con certero instinto supo Sta. Teresa acu­dir a los escritores franciscanos, cuyas en­señanzas tendrían capital importancia en su vida espiritual, caracterizada por una mística realista, nada melindrosa. En retorno agrade­cido a los modeladores de su alma, no ahorrará coyuntura para recomen­dar sus libros encarecida­mente.

Transcribimos los tes­timonios de la misma san­ta, demostrativos de la influencia que sobre ella tuvieron los autores fran­ciscanos, cumbres de la literatura ascético-mística española. Seis son los mencionados, casi siempre por el título de sus obras.

1º. Fr. Alonso de Madrid, autor del Arte para servir a Dios (Sevilla 1521): “Puede hacer otros actos para ayudar a crecer las virtudes, conforme a lo que dice un libro, llamado Arte de servir a Dios, que es muy bueno y apropia­do para los que están en este estado” (Vida, cap. 12).

2º. Fr. Francisco de Osuna, autor del Tercer Abecedario (Sevilla 1528). “Me dio aquel tío mío un li­bro, llámase Tercer Abece­dario, que trata de enseñar oración de recogimiento…y ansí holguéme mucho con él y determinéme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas. Comen­cé a tener ratos de soledad y a confesarme a menudo y comenzar aquel camino, teniendo aquel libro por maestro” (Vida, cap. 4).

3º. Fr. Bernardino de Laredo, autor de Subida del Monte Sión (Sevilla 1538): “Miran­do libros para ver si sabría decir la oración que tenía, hallé en uno que llaman Subida del Monte, en lo que toca a unión del alma con Dios, todas las señales que yo tenía” (Vida, cap. 23).

4º. Fr. Antonio de Guevara, atildado prosis­ta, compuso el Oratorio de religiosos (Valladolid 1542): “Tenga cuenta la priora con que haya bue­nos libros, en especial CartujanosFlos SanctorumContentus (sic) MundiOratorio de religiosos, los de fray Luis de Granada, y del Padre fray Pedro de Alcántara, porque es en parte tan necesario este mantenimiento para el alma, como el comer para el cuerpo” .

5º. San Pedro de Al­cántara, autor del Tratado de la oración y meditación (Lisboa 1556). Aparte del texto anterior, aducimos uno, grandemente elo­gioso: “Es autor de unos libros pequeños de ora­ción, que ahora se tratan mucho, de romance, por­que como quien la havía ejercitado, escrivió harto provechosamente para los que la tienen” (Vida, cap. 30). (Constitucio­nes, en Obras Completas, t. VI. Burgos 1919, p. 5).

6º. Fr. Ambrosio de Montesino: “Un día, vís­pera del Espíritu Santo, después de misa, fuime a una parte bien apartada, adonde yo rezaba mu­chas veces, y comencé a leer en un Cartujano esta fiesta” (Vida, cap. 38).- Por Cartujano se entendían vulgarmente entonces los cuatro volúmenes o par­tes de la Vida de Cristo, escrita en latín (Vita Christi) por el cartujo Landulfo de Sajonia, y vertidos al castellano. Su traductor, Ambrosio de Montesino, fue hijo de la Custodia Fran­ciscana de Murcia.

Publicado en «Iglesia hoy»