RECUERDA…
– que quieres entregarte por completo a Dios, porque Él se ha fijado en ti y te ha llamado por tu nombre, y esto es lo más grande que puede ocurrirnos en esta vida. ¡No retrases más tu respuesta!
– que desde ahora no te pertenecerán tus ilusiones, tu vida, tus comodidades, el honor, el dinero, la gloria, la fama… Siempre que vayas detrás de estas cosas, te irás apartando de tu vocación. No olvides la promesa que el Señor te ha hecho y que Él siempre cumple: «El que deja casa, padre, madre, campos… recibirá cien veces más y la vida eterna».
– que la vocación, la llamada de Dios, no se pierde pero puedes dejar que se enfríe si diariamente no cuidas esas pequeñas fidelidades que van centrando tu corazón en Cristo.
– que las dificultades, las dudas, los momentos de oscuridad forman parte del camino. De ahora en adelante cuenta con ello y no te asustes: ¡Él no te dejará ni su gracia te faltará! Cuenta con los ratos de aburrimiento, con tus soledades, con la incomprensión de los demás, con la monotonía…
– que la perfección no es de este mundo. No existe la Iglesia perfecta, el sacerdote perfecto, la comunidad religiosa perfecta, la parroquia perfecta… ¡Todo eso existe sólo en tu cabeza!
– que el desánimo es la tentación de abandonar lo grande y siempre viene de nuestro enemigo. No te desanimes cuando palpes tu fragilidad, cuando te veas incapaz de salvar el mundo, cuando veas la posible dejadez de algunos consagrados, cuando te sientas un poco solo, cuando observes a tu alrededor la indiferencia de los que debían ser mejores.
– que sin vida de oración pronto estarás más cerca del «mundo» que del «cielo» y entonces nada valdrá la pena y entrarás en la espiral de la doble vida.
– que una tentación constante en tu vida va a ser la de querer recuperar, poco a poco, lo que estás a punto de dejar o lo que ya dejaste. Y un consagrado a Dios no puede ser un triste solterón forzado a serlo…
– que la felicidad en tu vocación está en razón directa con tu entrega sin rebajas, humilde, confiada.
María dijo: «Aquí está la esclava del Señor, ¡hágase!»