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Un año más, familias, adultos, jóvenes, adolescentes y frailes —en total, unas 150 personas— hemos vivido, en el colegio San Buenaventura de Madrid, los días del Triduo Pascual bajo el signo de la fraternidad e inspirados por el Año Jubilar de la Esperanza, adentrándonos en los Misterios de la vida del Señor que cada año la Iglesia nos invita a celebrar con especial intensidad, cuidado y fervor: su pasión, su muerte en la cruz y su resurrección.

Han sido días de oración, catequesis, talleres, experiencias de servicio, celebración de la liturgia, juegos y mucha fraternidad. El lema que nos ha acompañado este año ha sido:

“¿Por qué te entregaste por mí?”

 

Una pregunta profunda que ha ido iluminándose día tras día al ritmo de lo que podíamos escuchar, celebrar y contemplar juntos como Iglesia viva, atenta al paso del Señor.

Este año, además, desde el Viernes Santo, tuvimos la gracia de contar con la presencia del Ministro general de la Orden, fray Carlos Trovarelli, quien nos acompañó durante los días santos, compartiendo con la fraternidad y presidiendo con gran sencillez y hondura espiritual la Eucaristía del Domingo de Pascua.

En su homilía, fray Carlos destacó que habíamos vivido un Triduo “muy real”, lleno de autenticidad y profundidad, y nos invitó a abrir el corazón para acoger los frutos santos de la Resurrección, como san Francisco lo hizo: la alegría verdadera, la valentía que nace del amor, y la paz que no defrauda. Nos exhortó a vivir la Pascua con espíritu renovado, conscientes de que Cristo resucitado camina con nosotros y nos envía como testigos del Evangelio en medio del mundo.

Durante estos días, la liturgia, la oración, el silencio contemplativo y la fraternidad fueron tejidos en el alma de cada uno como un tiempo de gracia y renovación. Vivimos una Pascua sencilla, pero profundamente rica, en comunión fraterna y agradecida.

Pedimos, con las palabras del padre san Francisco, que todo lo recibido:
“lo anunciemos de palabra y con las obras, dando testimonio de que el Señor reinó desde el madero… y ahora, vivo entre nosotros, es nuestra esperanza, nuestra fe, nuestra caridad… y nuestra vida eterna.”

En este tiempo pascual, resuenan también con fuerza las palabras del profeta Jeremías: “Antes de formarte en el vientre te conocí, y antes de que nacieras te consagré” (Jer 1,5).

Una palabra que nos recuerda que también los jóvenes están llamados desde siempre a una vida plena y entregada. La Pascua es una invitación a los corazones jóvenes —en edad o en espíritu— a dejarse tocar por el fuego del Resucitado, a vivir con entusiasmo su vocación y misión en la Iglesia, con generosidad, libertad y amor.

Agradecidos por estos preciosos días vividos en comunión y en fraternidad, renovamos nuestro compromiso de vivir como resucitados, llevando a todos los frutos pascuales: la alegría que contagia, la paz que construye, y la valentía que se entrega.