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Del Evangelio de Mateo 6, 1-6. 16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«No hagáis cosas buenas solo para que lo vean los demás. Eso no le gusta a vuestro Padre Dios.

Tú, cuando des limosna, no se lo digas a todo el mundo; así tu limosna quedará en secreto y tu Dios, que ve en lo secreto, te premiará.

Cuando reces, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre Dios, que está en lo secreto, y Dios, que ve en lo secreto, te premiará.

Cuando ayunes, que nadie lo note, solo tu Padre Dios, que está en lo escondido; y Dios, que ve en lo escondido, te premiará».

Señor, tus palabras, al inicio de la cuaresma, son una llamada a tomarme muy en serio esta oportunidad que me ofreces, para que mi vida se parezca un poco más a la tuya. Así que, aunque me da un poco de pereza, quiero que tomes mi mano y me guíes. 

Me gusta ser “el centro del mundo”. Me gusta hacer siempre lo que me apetece o lo que me resulta más fácil. Me gusta perder el tiempo, estar horas y horas enganchado a cualquier pantalla. Y hay veces que me olvido de rezar o lo hago de cualquier manera. ¿Por qué hago todo esto? Pues porque me pongo a mí mismo por delante de todo lo demás, incluso de Ti.

Señor, ayúdame a empezar de nuevo con fuerza, con valentía. Ayúdame a pensar en los que me rodean y a no mirarme solo a mí. Quiero parecerme a Ti, Señor Jesús, humilde y siempre pendiente de los demás. Quiero seguirte como lo hizo san Francisco. 

Me pongo en tus manos. Que en esta Cuaresma, cada día, vaya dando pequeños pasos que me lleven a Ti.

Amén. 

Cuando vayas a recibir el signo de la ceniza, piensa en aquello que te tiene atrapado, atado, paralizado…, y déjalo en manos del Señor.