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Del Evangelio de Juan 8,31-42

En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres».

Jesús, hoy deseo agradecerte que nos quieras liberar del pecado, que quieras que nos reconozcamos hijos de Dios y que permanezcamos siempre en su morada. Te doy las gracias por permitirme ver pequeños grandes momentos en los que consigues que muchos sientan que pertenecen a tu casa, a tu Padre, a este amor tan grande que nos profesas.

Al principio de este curso, los jóvenes de la parroquia disfrutamos de un fin de semana de convivencia para volver a poner en el centro de nuestras vidas a Dios. Después de un día intenso de talleres sobre cómo entrar en oración con Él, terminamos con un momento de adoración y alabanza por la noche. Ser testigo de 50 jóvenes cantando al unísono “Ya no soy un esclavo del temor, yo soy hijo de Dios” fue un completo regalo, una gracia que nos concediste aquella noche a todos. 

Es triste que no muchos jóvenes en la sociedad de hoy sientan un amor tan fuerte como el que yo, y muchos otros, experimentamos aquella noche. Verdaderamente, como dice otra canción que nos gusta cantar, no hay pared que no derrumbes, cadena que no rompas, para encontrarme a mí”. Y es que, sí, has venido a liberarnos del pecado, aunque te cueste la vida, para que seamos libres y disfrutemos juntos del amor del Padre.

Gracias, Jesús, por querernos libres, por querernos hijos de Dios, por permitirme ver cómo tocas los corazones de tantos jóvenes. ¡Quédate siempre en ellos! Amén

Confiésate y recibe el abrazo del Padre en el sacramento de la Reconciliación.