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Del Evangelio de Lucas 9,22-25

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 

«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».

Y, dirigiéndose a todos, dijo: 

«El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?».

Hace apenas un mes y medio nos tomábamos las uvas. En los medios de comunicación se hacía entonces balance de lo que había dado de sí el 2023 en diversos aspectos: éxitos deportivos, como el de la selección femenina de fútbol; confrontación en la política; nuevas parejas y rupturas de personajes famosos… Pero pocos se hicieron eco de otros recuentos más dramáticos y, a la vez, más importantes. El año pasado se despidió con la triste cifra de 20 asesinatos de bautizados comprometidos con la vida de la Iglesia. Entre estas 20 víctimas hubo un obispo, ocho sacerdotes, dos religiosos, un seminarista, un novicio y siete laicos. Uno de ellos fue el español Diego Valencia, sacristán de la parroquia de Nuestra Señora de La Palma, en Algeciras, que fue acuchillado por un joven armado con un machete. Podemos poner nombre y apellidos a estas 20 personas, pero más de 360 millones de cristianos anónimos sufren a diario persecución y discriminación a causa de su fe.

La historia no es nueva. Jesús, desde tu muerte en la Cruz por nuestra salvación han sido millones los que han seguido tus huellas dando su vida por el evangelio. Ellos nos han demostrado con su testimonio que la felicidad que nos prometes solo cobra sentido al gastarse por amor.

Señor, Tú, que eres manso y humilde de corazón, ayúdanos a aceptar las cruces de nuestra vida y danos valentía para hacernos cargo de las de los que nos rodean: nuestras familias, nuestros amigos, nuestros compañeros… Concédenos  entender que, aunque para ganar tu Reino sea necesario perder antes muchas cosas, el premio siempre merece la pena. Amén.

Renuncia a algo que hay en tu vida y que te separa de Dios para crecer en amistad con él.