San Maximiliano María Kolbe – en el bautismo, Raimundo – nace el 8 de enero de 1894 en Zdunska Wola, no muy lejos de Lódz (Polonia), hijo de Julio y María Dabrowska. Joven vivaz y de aguda inteligencia, sentía verdadera pasión por la física, la mecánica y las matemáticas hasta el punto de diseñar nuevos aparatos aéreos y máquinas de todo tipo. Un profesor de su escuela llegó a decir un día: “Es una pena que este joven se haga fraile, es realmente inteligente”. Algunos años más tarde, la familia Kolbe se traslada a otra ciudad más grande con la intención de mejorar su vida. Raimundo (Maximiliano) era un niño vivaracho, esbelto, fogoso y alguna vez obstinado. En más de una ocasión daba dolores de cabeza a su madre. Es en una de estas ocasiones donde se enmarca el hecho que con mayor fuerza marcará su infancia y su futuro. Su misma madre lo cuenta así: «En una ocasión no me gustó algo que hizo y le dije: “Raimundo, ¿puedo saber qué será de ti?” Después no pensé más en esto, pero observé que el niño cambió de tal manera que no le reconocía. Me preocupé, pensando si no estaría, por casualidad, enfermo, y entonces le pregunté: “¿Qué te pasa?” E insistí: “Debes contar todo a tu madre”. Temblando por la emoción y con lágrimas en los ojos, me dijo: “Mamá, cuando me regañaste, pedí con insistencia a la Virgen que me revelase mi porvenir. Y, luego, en la iglesia, se lo pedí de nuevo. Entonces se me apareció la Virgen con dos coronas en sus manos: una blanca y otra roja. Me miraba con afecto y me preguntó cuál de las dos coronas escogía. La blanca significaba santidad de vida y la roja que llegaría a ser mártir. Respondí que aceptaba las dos. Entonces, la Virgen me miró con dulzura y desapareció».
Algún tiempo más tarde, Raimundo conoce a los Franciscanos Conventuales durante una misión popular en su parroquia. Atraído por el testimonio de San Francisco de Asís entra en el Seminario franciscano de Leópolis en 1907. Después de pasar un año en Cracovia, hecha la profesión temporal, los Superiores deciden enviarle a Roma, donde se dedica a su formación religiosa y sacerdotal. En la ciudad eterna emite la Profesión solemne en 1914, siendo ordenado sacerdote 4 años más tarde.
Inspirándose en la tradición mariana de la Orden franciscana, el 16 de octubre de 1917 con otros hermanos fundó, en el Colegio internacional de Via S. Teodoro de Roma, la “Milicia de la Inmaculada”. El deseo de su corazón estaba ya bien claro: ¡Quería ganar el mundo entero y cada alma para la Inmaculada y, a través de ella, para el Corazón de Cristo! No por casualidad fue en Roma donde la Virgen le inspiró que fundara la “Milicia de la Inmaculada”.
En 1919 regresó a su patria y comenzó su apostolado mariano. En 1927 fundó cerca de Varsovia “Niepokalanów”, es decir, la “Ciudad de la Inmaculada”. En este “gran convento” llegaron a vivir más de 700 frailes consagrados al trabajo apostólico utilizando los medios más modernos: prensa, radio, cine. En 1930, queriendo aún más llevar a Dios por medio de la Inmaculada a todos los hombres, viajó a la ciudad japonesa de Nagasaki donde fundó la segunda “Ciudad de la Inmaculada”. En 1936 regresó a Polonia, donde retomó la dirección de la “Ciudad de la Inmaculada” llevándola, en 1938, a su máximo desarrollo.
El enamorado de la Virgen Inmaculada
Es más: ¡locamente enamorado! Ella fue la inspiración de toda su vida. Y es que en el misterio de la Inmaculada Concepción se desvelaba a los ojos de su alma aquel mundo maravilloso de la gracia de Dios ofrecida al hombre. Su íntima convicción era que quien está con María es dócil al soplo del Espíritu Santo, sabe acoger su inspiración y puede entregarse totalmente a Cristo. Maximiliano Kolbe experimentó desde su primera juventud la maternidad espiritual de María: la maternidad que tuvo su inicio en el Calvario, a los pies de la cruz, cuando María aceptó como hijo al primer discípulo de Cristo. Su corazón y su pensamiento se concentraron de forma particular en torno al “nuevo comienzo” que fue en la historia de la humanidad – por voluntad de Dios – la Inmaculada Concepción de la que sería la Madre de Cristo: “Busquemos – decía – cada vez más, cada día más, acercarnos a la Inmaculada… porque ninguna criatura está tan cercana de Dios como la Inmaculada. Así acercaremos también todos los que nos son cercanos en el corazón a la Inmaculada y al buen Dios”.
Franciscano Conventual
Maximiliano Kolbe fue un verdadero discípulo de san Francisco, obediente y lleno de amor a la Iglesia, teniendo en el corazón un gran deseo por la salvación de todas las almas. Siguiendo el ejemplo del “Pobrecillo de Asís”, conoció a fondo las ansias y los anhelos de sus contemporáneos y, a través de un diálogo confiado y amoroso con Aquella que engendró en el tiempo al Hijo de Dios, se esforzó en ofrecer una respuesta a través de una obra valiente de evangelización. La Inmaculada fue para él, además de “dulce Madre”, ejemplo y guía de fidelidad a Dios y a su voluntad. También en esto siguió el ejemplo de San Francisco quien, como nos recuerdan sus primeros biógrafos, “amaba con indecible afecto a la Madre del Señor Jesús”.
Para llevar a cabo su apostolado se sirvió de todos los medios a su alcance, sin perder nunca el espíritu de sencillez y de pobreza evangélicas signo de identidad del carisma franciscano. En cierta ocasión fue interpelado por un visitante: “¿Qué diría San Francisco ante esta máquina tan costosa, si viviese ahora?”. La respuesta no se hizo esperar: “Se remangaría – dijo el santo al interlocutor -, haría andar a toda velocidad la máquina, trabajaría como trabajan estos buenos frailes, de manera tan moderna, para difundir la gloria de Dios y de la Inmaculada”.
En el Gólgota moderno: Auschwitz
Mártir de la caridad
«Maximiliano no murió, ¡dio la vida por el hermano!» (Juan Pablo II). En esta muerte, terrible desde el punto de vista humano, estaba toda la grandeza de este humilde franciscano: voluntariamente se ofreció a la muerte por amor. Por esto, la muerte de Maximiliano Kolbe sobre el Gólgota moderno que fue Auschwitz, se convirtió en un signo de victoria. La victoria conseguida sobre todo sistema de desprecio y de odio hacia el hombre y hacia lo que de divino existe en el hombre; victoria semejante a la conseguida por Jesucristo en el Calvario.
La realidad de la muerte en el martirio es siempre un tormento; pero, el secreto de esa muerte está en que Dios es mayor que el tormento y tiene la última palabra. La prueba del sufrimiento es grande, pero más fuerte es la prueba del amor. Se puede afirmar que san Maximiliano Kolbe, mediante su muerte en el terrible “búnker del hambre”, puso de relieve el drama de la humanidad del siglo XX. Sin embargo, el motivo más profundo es el hecho de que en este sacerdote-mártir se hizo particularmente transparente la verdad del Evangelio: ¡la verdad sobre la fuerza del amor! Es por esto que el papa Pablo VI declaró al padre Kolbe, por primera vez en la historia de la Iglesia, “mártir de la caridad”. Fue fuerte en su tormento, pero aún más fuerte en su amor, al que fue fiel, en el que creció a lo largo de toda su vida, en el que maduró en el campo de Auschwitz. Es por ello que el padre Kolbe sigue siendo un testigo singular de la victoria de Cristo sobre la muerte.
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