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Del Evangelio de Juan 12, 20-33

En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará».

Señor, todo el mundo entiende que una semilla necesita “morir” para dar fruto, pudrirse para transformarse en una planta capaz de florecer. Sin embargo, cuando continuamos escuchando tu palabra nos parece incomprensible que uno tenga que perderse o aborrecerse para no extraviarse. ¿Qué significa esto? 

Quizá más que de entender sea cuestión de contemplarte, ver tu vida y dejarme contagiar por ella.

Señor, Tú eres el grano de trigo caído en tierra. Pudiste haber conservado la vida. Sin embargo, elegiste otro camino. Tu compromiso con el Padre te llevó a arriesgarlo todo por tu mensaje, por tu misión. No quisiste la violencia. Dios nos confió a tus manos, nos amaste hasta el extremo y por eso, tu muerte dio mucho fruto: nos regaló la vida, la esperanza, la salvación, la alegría, el consuelo, la fortaleza, la valentía… Si te hubieras amado más a Ti que a nosotros, no habría fruto.

Gracias, Señor, por entregar tu vida por mí, por nosotros.

Gracias, Señor, por mostrarme que, en el amor, perder es ganar.

Te pido, Señor, con humildad, que me ayudes a dar fruto, como Tú.

Amén.

Haz algo por alguien, aunque te suponga perder tiempo o dejar de lado tus gustos.