Skip to main content

 

Del Evangelio de Mateo 6, 1-6. 16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial.

Tú, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.

Tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».

Señor, tus palabras, al inicio de la Cuaresma, son una llamada a tomarme muy en serio esta nueva oportunidad que me ofreces para que mi vida se parezca un poco más a la tuya. ¡Esa es la verdadera conversión! No tanto hacer algún cambio, mejorar en esto o aquello o dejar ciertos hábitos que no me hacen bien. Todo esto también es importante, pero lo que tú me pides es mucho más y, sobre todo, mucho mejor: ¡que me parezca un poco más a ti! Así que, aunque me da un poco de pereza, ¡lo reconozco!, toma mi mano y guíame al desierto para que nos encontremos a solas, tú y yo. Necesito contemplar tu rostro, me hace falta escuchar tu voz y callar para que hables tú. Me pongo en tus manos, quiero revisar mi vida, descubrir lo que hay que cambiar porque se aleja mucho de tu evangelio, afianzar lo que anda bien y sorprenderme con lo nuevo que quieres regalarme. 

Me tienta querer ser “el centro del mundo”. Que los demás “giren” a mi alrededor. Que me sirvan en lugar de servir. Me tientan la comodidad y el conformismo. Me tienta hacer casi siempre lo que me apetece o lo que me resulta más fácil. Me tienta perder el tiempo, estar horas y horas enganchado a cualquier pantalla. Me tienta no rezar o hacerlo de cualquier manera. Me tienta creer que te escucho cuando, en realidad, me escucho a mí mismo.

Llévame al desierto, Señor, despójame de lo que me ata, sacude mi pereza y pon a prueba mi amor. Para empezar de nuevo, humilde, sencillo, con fuerza, con valentía, ¡con tu Espíritu! Como tú, Señor Jesús. Y como san Francisco. 

Aquí estoy, Señor.

Amén.

Cuando vayas a recibir el signo de la ceniza, piensa en aquello que te tiene atrapado, atado, paralizado…, y déjalo en manos del Señor.