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Del Evangelio de Lucas 11,14-23

En aquel tiempo, estaba Jesús echando un demonio que era mudo.

Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Por el príncipe de los demonios, echa los demonios». Como si no terminarán de creer en su poder.

Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. El que no está conmigo está contra mí, aquí no hay medias tintas».

Jesús, en el evangelio de hoy, has expulsado un demonio que era mudo. Y aunque es algo impresionante, no entiendo cómo algunos dudan de ti y de tu poder. 

Y sin embargo, lejos de enfadarte por la soberbia de aquellos hombres, con infinita humildad les vuelves a explicar lo que has hecho, con paciencia, cariño y claridad. 

Señor, cuántas veces no soy capaz de seguir tu ejemplo y salto con facilidad ante cualquier situación. Dejo de lado tu humildad, el cariño y la paciencia con los demás que Tú me enseñas. 

Señor, hoy me muestras que es posible vivir de otra manera. Y al verte actuar con humildad comprendo que tú también tienes mucha paciencia con mis errores, con las veces en las que me equivoco y sigues perdonándome, sin cansarte de acogerme en tus brazos para volver a explicarme con paciencia y humildad cuál es el camino por el tengo que seguir. 

Gracias por no cansarte nunca de quererme y enseñarme. Ayúdame junto con María a seguir creciendo en tu amor, para poder mostrárselo a los demás viviendo como la persona que tú me enseñas a ser.

Amén.

Cuida tu manera de hablar a los demás, tanto tu lenguaje como las formas, pensando cómo lo haría Jesús.