Tomar la decisión vocacional es difícil, no podemos negarlo. Ante una opción que comprometerá tu vida entera, sentirás todos tus miedos, incertidumbres y limitaciones: “¡Ay, Señor! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho…” (Jeremías 1, 7). Pero Dios no se deja condicionar por nuestros miedos ni limitaciones. Es más, deja claro a Jeremías: ¡Precisamente porque eres joven te estoy llamando! Y es que, como seguro habrás oído, «Dios no llama a los capaces, sino que capacita a los llamados».
No sé si has pensado alguna vez que Dios nos tiene una confianza enorme, no obstante nuestra fragilidad y nuestros límites… Está siempre dispuesto a aceptar nuestra pequeñez, nuestros “cinco panes y dos peces”, nuestro “sí” titubeante. Necesitamos recobrar la certeza de esta CONFIANZA de Dios hacia cada uno de sus hijos; intuir y experimentar, como san Francisco, la presencia viva y eficaz del Espíritu de Dios en nosotros: fuerza, luz, confianza, valentía. ¡Cuenta con Él y con su ayuda a la hora de responder! Llegar a tomar una decisión con la cual comprometerás toda tu vida, no sólo es difícil, que también, es sobre todo… ¡Una gracia! Hay que pedir al Espíritu Santo esa capacidad de respuesta.
Entonces verás cómo, a pesar de todas tus limitaciones, o mejor, con todas ellas, es posible responder al Señor, como Isaías: “Aquí estoy, envíame” (Isaías 6,8); es posible decidirse como María, aún sin tenerlo todo claro: “Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho” (Lucas 1,38).
Su amor cubrirá el resto de acciones que tu incapacidad no pueda alcanzar. Aquel que te llama y te ama, se encargará de todo lo demás… ¡No lo dudes!
¡Al Señor Jesús gloria y alabanza