Del Evangelio de san Juan 8, 21-30. Adaptación.
Hace mucho tiempo, Jesús hablaba a la gente y les dijo: “Yo voy a un lugar al que vosotros no podéis venir ahora”.
Ellos no entendían y le preguntaron: “Pero, ¿de qué nos hablas? ¿Quién eres tú?”.
Jesús les respondió: “Yo soy el que Dios envió. Todo lo que digo viene de Él. Dios siempre está conmigo”.
Después de escuchar a Jesús, muchas personas comenzaron a creer en Él, a seguirle, a querer estar a su lado.
Cuando la gente te escuchaba hablar, Jesús, se preguntaban: “¿Quién eres Tú?” Veían que hacías cosas preciosas, pero no entendían quién eras. Cuanto más te miraban y te hacían preguntas, más difícil les parecía la respuesta.
Tú, Jesús, viniste a enseñarnos cuánto nos quiere tu papá Dios, pero no con magia ni con cosas grandes y ruidosas, sino con amor, con paciencia y con sencillez.
A veces, cuando alguien cree saberlo todo, le cuesta ver la verdad. Pero si abrimos nuestro corazón con humildad, te conocemos un poquito más. Así lo hicieron muchas personas: san Francisco y santa Clara de Asís, san Maximiliano Kolbe, san José de Cupertino, santa Isabel de Hungría, san Buenaventura… Son todas esas huellas del camino. Ellos entendieron lo que dijiste: “Yo soy”.
Y eso es suficiente, Jesús,
porque sé que tú eres todo el cariño,
tú eres toda la verdad,
tu eres la luz que más brilla,
tú eres la mano que me lleva a tu papá Dios y a mis hermanos.
¡Gracias, Jesús! Amén.
Quiero vivir la eucaristía como admirable encuentro y momento buscado para estar cara a cara con el Señor.
