Del Evangelio de san Lucas 5, 27-32
En aquel tiempo, vio Jesús a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».
Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Y murmuraban los fariseos y sus escribas diciendo a los discípulos, de Jesús:
«¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?».
Jesús les respondió:
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan».
Señor Jesús, tus palabras son tan simples y tan poderosas: “Sígueme”. No miraste el pasado de Leví, ni sus errores, sólo viste su corazón y lo llamaste a una vida nueva.
A veces siento que no soy digno de tu mirada, que hay cosas en mi vida que me alejan de ti. Mis dudas, mis miedos, mis fallos de siempre… Pero hoy me recuerdas que no buscas perfectos, sino corazones dispuestos a cambiar, ojos que se atreven a mirarte y pies que se animan a caminar contigo. ¡Es lo que me enseña san Francisco!: “El Señor nos ha llamado a seguir sus huellas en este mundo”.
Dame el valor de levantarme como Leví, de dejar atrás lo que me ata, de confiar más en tu amor que en mis propias excusas. Que mi vida sea un banquete de amor y servicio, donde todos tengan un lugar en la mesa de tu misericordia, sin importar de dónde vengan o qué hayan hecho.
Que nunca olvide que tú me llamas tal como soy, pero nunca me dejas como estoy, siempre me quieres mejor. Ayúdame a fiarme de tu llamada, a escuchar ese “Sígueme” y que me ponga en camino hacia ti. Amén.
Hoy voy a mirar con más amor a alguien que suelo juzgar, recordando que Jesús ve lo mejor de cada persona.
