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En el marco del VIII Centenario Franciscano, la Familia Franciscana se dispone a vivir en 2026 un acontecimiento extraordinario e histórico: por primera vez en ocho siglos, los restos mortales de San Francisco de Asís serán expuestos abiertamente a la veneración de todos los fieles. Del 22 de febrero al 22 de marzo de 2026 –coincidiendo significativamente con la Cuaresma– la Basílica de Asís acogerá la ostensión pública del cuerpo del Santo de Asís. Se trata de un evento eclesial de alcance verdaderamente global, concebido no como mera exhibición curiosa sino como un momento de gracia universal. Los frailes menores conventuales, custodios del santuario, lo han descrito como “una invitación a la oración, a conectar el corazón con la realidad tangible del Evangelio de Cristo vivido plenamente” en Francisco. En efecto, ver con nuestros propios ojos los humildes huesos del Poverello –aquellos mismos que se consumieron por amor a Dios y a los hermanos– será para creyentes de todo el mundo una experiencia de profunda comunión espiritual.

La respuesta inicial a la convocatoria ha sido abrumadora y reveladora. Apenas abierta la inscripción gratuita, miles de peregrinos de todos los continentes reservaron su lugar para participar. Hacia finales de 2025 ya se contabilizaban más de 150.000 solicitudes de visita provenientes de rincones tan remotos como Asia, África o América Latina. Este dato no solo evidencia la devoción extendida hacia San Francisco, sino también la vigencia universal de su mensaje. “Es siempre un gran asombro ver cuánto aman las personas a Francisco –comentó fray Giulio Cesareo, OFM Conv., portavoz del Sacro Convento–. Verdaderamente es un hermano universal”. Y es que Francisco trasciende fronteras culturales y religiosas: su figura sencilla y radical inspira a creyentes y no creyentes por igual, ochocientos años después. La ostensión se ha organizado precisamente para favorecer un encuentro personal con él en un contexto de oración y silencio. Por eso, aunque se espera una afluencia masiva, todo se desarrollará con orden y recogimiento: los asistentes deberán reservar previamente su turno a través del portal oficial (sanfrancescovive.org), escogiendo día y hora. Las reservas no tienen costo alguno, pero permiten escalonar las entradas en grupos reducidos para que cada persona pueda detenerse unos instantes ante las reliquias sin agobios ni prisas, casi como en peregrinación íntima.

La preparación pastoral y logística de este evento ha sido minuciosa. Los frailes del Sacro Convento llevan años planificando no solo la seguridad y conservación de los restos durante la ostensión, sino también la acogida espiritual de los peregrinos. Se ha dispuesto que el cuerpo de San Francisco –actualmente resguardado en la cripta bajo el altar– sea trasladado temporalmente a un lugar adecuado dentro de la Basílica Inferior, posiblemente cerca del altar papal, protegido por un relicario transparente. Durante la visita, cada grupo será acompañado por un fraile que irá proponiendo breves reflexiones y lecturas franciscanas, convirtiendo el recorrido en un itinerario espiritual más que turístico. Al final del trayecto de veneración, se celebrará un sencillo rito litúrgico –una oración de bendición y acción de gracias– y a cada participante se le entregará un pequeño recuerdo bendecido, símbolo tangible de este encuentro con Francisco. Todo se realizará en al menos cinco idiomas (italiano, inglés, español, francés y alemán) para asegurar que fieles de todas las naciones se sientan incluidos. Además, aprovechando las tecnologías actuales, la comunidad franciscana ha desarrollado contenidos digitales de acompañamiento: a través de las redes sociales oficiales de la Basílica y de una aplicación móvil (“San Francesco digitale”), cada semana se difunden meditaciones, datos históricos, vídeos y oraciones relacionadas con la ostensión y con la vida del santo. Estos recursos ayudan a los peregrinos a prepararse desde casa y a profundizar después en lo vivido, manteniendo encendida la llama espiritual que el encuentro haya suscitado.

El sentido profundo de la ostensión de 2026 va más allá de la curiosidad por ver unos restos óseos antiguos. Los franciscanos han insistido en que no se trata de “exhibir un trofeo” sino de proponer al mundo contemporáneo la figura viva de Francisco. De hecho, el lema elegido para todo el Centenario es “San Francisco vive”. Esto significa que, aunque conmemoramos 800 años de su muerte, la celebración se enfoca en la perenne vitalidad de su ejemplo y enseñanza. Francisco es como el grano de trigo evangélico que muere para dar fruto abundante: su muerte, lejos de apagar su influjo, lo multiplicó a través de siglos en obras de caridad, movimientos de paz, amor a la creación y vuelta al Evangelio. La ostensión quiere subrayar precisamente ese fruto. Contemplar sus huesos desgastados nos recuerda la famosa frase de Jesús: “si el grano de trigo no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto”. Francisco murió a sí mismo, renunciando a toda vanidad mundana, y por eso su vida sigue dando cosecha espiritual en la Iglesia. En un mundo sediento de autenticidad y fraternidad, reponer la mirada en el poverello puede inspirar caminos nuevos de diálogo, de cuidado de los pobres y de la casa común, en sintonía con el espíritu de Asís que hoy tanto promueve el Papa que eligió llamarse Francisco.

El simbolismo del evento alcanza su máxima expresión en el logo oficial diseñado para el Centenario y la ostensión. Este emblema, cargado de significado teológico, toma la forma de la cruz en Tau, signo predilecto de San Francisco. En él destacan dos colores contrastantes: el negro y el amarillo dorado. El negro representa la muerte –esa experiencia humana ineludible que Francisco afrontó con paz–, y el dorado simboliza la luz del Cristo resucitado. En el lado derecho del logo se observa una mano crucificada y gloriosa a la vez: es la mano de Cristo, más grande que todo el diseño, que se extiende venciendo definitivamente el mal y la oscuridad. De esa mano emergen grietas rojas intensas, que evocan las heridas de la Pasión, ardientes de amor por la humanidad entera. A la izquierda, incorporada en la figura del Tau, aparece también la mano estigmatizada de Francisco, más pequeña, que se acerca confiada a la mano de Jesús. El santo ofrece su propia herida –la marca del clavo recibida en el monte Alverna– y la une a las llagas gloriosas de su Señor. No tiene miedo: para Francisco, las señales de la crucifixión son ahora fuente de consolación profunda, no de dolor, porque apuntan a la Resurrección. Esta poderosa imagen visual resume la teología detrás de llamar “sor Muerte” a la muerte: gracias a Cristo, la muerte corporal no es un abismo sin sentido, sino la puerta a la Vida plena. Solo en y con la muerte se consuma el acto valiente y confiado de entregarse totalmente en las manos del Padre bueno.

El logo continúa narrando simbólicamente: en el día de la “Pascua definitiva” de Francisco (es decir, en su muerte), el pequeño poverello aparece finalmente revestido de gloria. Si en vida llevó un hábito humilde de paño burdo, color gris tierra y remendado mil veces –símbolo de su pobreza radical–, ahora la imagen lo sugiere envuelto en un manto nuevo, tejido de hilos dorados. Esa vestidura luminosa representa la riqueza espiritual que Francisco posee en la eternidad: no riqueza material, sino la multitud de hermanos y hermanas que ganó para Dios, la comunión con todas las criaturas que él alabó, y las virtudes con las que se adornó el alma. En resumen, el logo transmite que la muerte transfigurada de Francisco es un triunfo de la vida divina: de la cruz brota la luz, del dolor brota el amor, de la renuncia brota la plenitud. Bajo esta estampa, el lema “San Francisco vive” se entiende en toda su profundidad.

La ostensión de 2026, por tanto, se presenta como un evento eclesial global en el que convergen la memoria agradecida, la catequesis viva y la celebración comunitaria. Se espera la participación de altos pastores de la Iglesia (no se descarta la presencia del Santo Padre o de su enviado especial en la apertura o clausura), así como delegaciones de toda la Familia Franciscana mundial –frailes, monjas clarisas, terciarios seglares, jóvenes vinculados al carisma– e incluso representantes de otras confesiones y religiones inspirados por la figura de Francisco. Asís se transformará durante esas semanas en un mosaico de culturas y pueblos unidos en la fe. Cada peregrino que acuda llevará sus propias intenciones y su amor por el santo de la fraternidad universal. Y aquellos que no puedan viajar físicamente, podrán unirse espiritualmente mediante transmisiones en vivo y recursos en línea que compartirán los momentos clave de la ostensión. La Iglesia universal, en cierto modo, hará romería hasta la tumba de Francisco en este jubileo de 800 años, para redescubrir el fuego evangélico que Dios encendió en Asís en el siglo XIII y que sigue ardiendo hoy.

Cuando, al término de la ostensión, los frailes depositen de nuevo las reliquias en su silencioso sepulcro, algo habrá quedado encendido en miles de corazones. Este evento sin precedentes no será un cierre, sino un envío: el legado de Francisco de Asís, revitalizado en cada visitante, volverá al mundo en obras concretas de justicia, paz y bien. En la quietud de la cripta, los huesos del Santo seguirán descansando, pero su espíritu –ese espíritu alegre, pobre y libre que proviene del Evangelio– habrá cobrado nueva vida en innumerables hombres y mujeres tocados por la gracia de este encuentro. Así, la ostensión de 2026 se inscribe en la historia como un hito de comunión eclesial global, en el que la memoria de un santo reconstruye la unidad de la familia humana en torno a los valores perennes del Evangelio. En plena posmodernidad, Francisco vuelve a recordarnos que el amor, la sencillez y la entrega total de sí son el camino seguro a la Vida que no acaba. Y que por eso, incluso a través de un puñado de huesos venerables, ¡San Francisco vive!

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