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Del Evangelio de san Mateo 15, 29-37. Adaptación.

En aquel tiempo, Jesús, se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó en él.

Acudió a Él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los ponían a sus pies, y Él los curaba.

Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino».

Jesús les dijo: «¿Cuántos panes tenéis?»

Ellos contestaron: «Siete y algunos peces».

Él mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente.

Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete canastos llenos.

Señor Jesús, en tu mirada compasiva descubro un amor que levanta, que sana lo que está roto y que sacia lo que el mundo no puede. Tú acoges a cada uno como hermano; como san Francisco, que veía en todos un don del Padre.

Cuando preguntas: “¿Cuántos panes tenéis?”, me invitas a mirar lo que llevo dentro. Pero Tú, sin juzgarme, me pides justo eso: mis pequeños panes y mis torpes peces, mi pobreza y mis miedos. 

Igual que la pobre harina acabó convirtiéndose en esos panes que saciaron multitudes, transfórmame, haz milagros en mí.

Porque Tú transformas mi nada en amor que alimenta. Lo poco, cuando se entrega, se vuelve mucho en tus manos. Enséñame a creer que mis dones crecen cuando se comparten, que la fraternidad nace cuando dejo de guardarme para mí.

Que aprenda a reconocer en cada persona un hermano que Tú me has regalado. 

Amén.

Hoy voy a ofrecer algo “pequeño” de mí, un gesto, un favor, un detalle o mi ayuda en algo sencillo, confiando en que, igual que los panes y los peces, Jesús puede convertirlo en algo grande para los demás.

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