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«El Señor me dio hermanos», escribió San Francisco en su Testamento (Test 14).

1. Introducción: el rostro visible de un Evangelio vivido

«El Señor me dio hermanos», escribió San Francisco en su Testamento (Test 14). Y podríamos decir que también el Señor nos dio un rostro, el suyo, reflejado en el de Francisco. No hay otro santo en la historia de la Iglesia que haya sido representado tantas veces ni con tan distintos acentos como el poverello de Asís. De quien quiso pasar oculto y despreciado, el Espíritu ha hecho una de las imágenes más elocuentes del Evangelio encarnado.

En su vida, Francisco evitó cuidadosamente dejar rastros de sí mismo. No quiso que le hicieran retratos, ni que su tumba fuera fácilmente reconocible. Sin embargo, tras su canonización en 1228 y la construcción de la basílica en Asís, comenzó a emerger una iconografía poderosa, viva, que transmitía no solo su historia sino su espíritu. Curiosamente, fue fray Elías, uno de sus primeros compañeros y a la vez un personaje controvertido, quien dirigió las obras de la Basílica que marcaría para siempre la historia del arte sacro occidental.

Este blog desea detenerse en cómo la pintura española ha recogido, reinterpretado y transmitido la figura de San Francisco, especialmente desde el Siglo de Oro, donde mística, arte y teología se encontraron de forma luminosa.

2. De Asís a España: la expansión de una imagen

Desde Giotto y Cimabue en la Italia del Duecento, hasta el barroco español, la iconografía franciscana ha seguido las rutas de la predicación y de la expansión conventual. Los frailes, al fundar nuevos conventos, llevaron consigo no solo la Regla y el hábito, sino también una espiritualidad que fue impregnando las expresiones locales del arte.

En la Península Ibérica, el proceso se aceleró con la llegada de las reformas observantes y, más tarde, con el empuje de la Contrarreforma. Las imágenes de San Francisco cobraron así un papel pastoral y pedagógico: eran una forma de predicar sin palabras. Lo afirmaba San Buenaventura: «El Espíritu del Señor, que habitó en sus siervos, ha sido su maestro interior y guía exterior» (Vita Prima, I, 2).

Un detalle curioso: muchas de las primeras imágenes franciscanas en Castilla se ubicaban en claustros y refectorios, no en las iglesias, recordando que la primera misión del arte era formar a los hermanos y no tanto a los fieles. Fue más tarde cuando las imágenes de Francisco cruzaron los muros conventuales para insertarse en la vida litúrgica y popular.

3. Los grandes temas iconográficos

Los talleres españoles, desde Valencia a Sevilla, y desde Toledo a Madrid, desarrollaron una iconografía rica y simbólicamente profunda. Entre los temas más representados destacan:

  • La recepción de los estigmas: inspirada en la narración de Tomás de Celano y reproducida con intensidad dramática por José de Ribera. Francisco aparece en oración en La Verna, recibiendo las llagas de Cristo. Es la configuración plena con el Crucificado. En España, el tema fue particularmente cultivado en los territorios del antiguo Reino de Nápoles, bajo dominio hispano, de donde llegaron modelos iconográficos muy expresivos.
  • San Francisco en éxtasis: recogido por Zurbarán en composiciones que suspenden el tiempo. En ellas, el silencio se convierte en lenguaje. Francisco aparece absorto, con el cráneo en la mano o el crucifijo, reflejando la contemplación de la Pasión. Una de las obras más intensas es la que se conserva en el Museo de Cádiz: apenas iluminado, el rostro del Santo emerge de la sombra como si viniera de otro mundo.
  • El abrazo al leproso / la predicación a las aves: escenas más narrativas, que capturan el amor franciscano a los pobres y a la creación. Murillo ofreció versiones tiernas, profundamente humanas. Cabe destacar que el tema del sermón a los pájaros fue a menudo utilizado como analogía de la predicación a los humildes y al pueblo iletrado.

Estas representaciones no solo reproducen escenas devotas: nos invitan a descubrir en Francisco un itinerario espiritual. Como decía el propio Santo: «Lo que el hombre es ante Dios, eso es, y nada más» (Admoniciones, XIX).

4. Los pinceles españoles y el espíritu franciscano

En el arte español, especialmente en los siglos XVI y XVII, algunos artistas se acercaron a la figura de San Francisco con una mirada profundamente teológica:

  • Francisco de Zurbarán: sus franciscos son de rostro afilado, mirada absorta, figura casi suspendida. En su «San Francisco arrodillado», el silencio habla. Es la mística hecha lienzo. Es relevante notar que Zurbarán pintó una serie completa de santos franciscanos para el convento de San Francisco de Sevilla, hoy dispersa en varios museos.
  • Murillo: suavizó los rasgos, transmitiendo la ternura del Santo. Su «San Francisco abrazado al Crucificado» evoca la unión amorosa del alma con Cristo. El cuadro, hoy en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, fue muy reproducido en grabados populares de los siglos XVIII y XIX.
  • José de Ribera: sus tenebrismos nos hablan de lucha interior, de ascetismo, de la cruz. En su «San Francisco en meditación», la luz surge de la herida. Ribera, afincado en Nápoles, bebió de la tradición italiana pero la dotó de una crudeza española inconfundible.

Cada artista no solo representó a un fraile: representó un modo de vivir el Evangelio. Un modo que hoy sigue siendo actual.

5. Imágenes que predican: función devocional y pastoral

No podemos olvidar que estas obras fueron creadas, en su mayoría, para conventos, capillas o casas de formación. Su objetivo era mover al alma, formar al espíritu, y educar la sensibilidad cristiana. Como recuerda la Constitución 119 de nuestra Orden, «la formación cultural del hermano debe integrarse en el proyecto de vida evangélica» (Estatutos OFM Conv.).

Así, estos cuadros eran parte viva de la catequesis conventual. No solo decoraban; anunciaban, consolaban, corregían, animaban. Eran parte de la pedagogía franciscana de la belleza. De hecho, en algunos conventos se daba a los novicios una breve guía para «meditar ante las imágenes del Seráfico Padre», combinando arte y oración.

6. Actualidad y resignificación: el rostro de Francisco hoy

Hoy, muchas de estas imágenes siguen presentes en museos, iglesias, y libros de arte. Pero también están siendo reinterpretadas por artistas contemporáneos, teólogos visuales y comunidades que redescubren en Francisco una clave para hablar del cuidado de la creación, de la fraternidad universal, de la paz.

La espiritualidad de la via pulchritudinis —el camino de la belleza— encuentra en San Francisco una de sus expresiones más puras. Porque él mismo fue un signo visible del Evangelio. Como dijo el papa Francisco en Laudato Si’, San Francisco «nos muestra hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior» (LS 10).

Incluso hoy, los jóvenes artistas cristianos que trabajan en técnicas mixtas, muralismo o performance encuentran en San Francisco un aliado: su libertad, su amor a la creación, su cuerpo estigmatizado, todo en él interpela desde el lenguaje simbólico.

7. Conclusión: la Belleza que evangeliza

Francisco de Asís fue, según San Buenaventura, un hombre hecho Evangelio. Su imagen, multiplicada en lienzos, esculturas y frescos, no es mero arte sacro: es testimonio vivo.

Desde nuestras comunidades, sigamos promoviendo una estética que no sea superficialidad, sino transparencia del Misterio. Que los pinceles, los colores y las formas sigan siendo lenguajes de fraternidad y de cielo. Porque, como rezaba el Santo de Asís:

«Tú eres Belleza, Tú eres mansedumbre, Tú eres nuestro refugio, nuestro custodio y defensor» (Oración ante el Crucifijo, 5).

Que nuestras manos —como los pinceles de los antiguos— puedan también trazar, en la vida cotidiana, algo del rostro de Cristo, como hizo nuestro Seráfico Padre.