Del Evangelio de san Lucas 1,46-56. Adaptación.
En aquel tiempo, María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos».
María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.
Señor Jesús, estoy realmente impresionado porque cuando su prima Isabel le dice a María: “¡Bendita tú entre las mujeres!”, lo primero que hace María al responder es alabar y glorificar a Dios. Me impresiona que María sólo se refiera a ella misma como esclava, la esclava del Señor.
Y yo, Señor, ¿en cuántas ocasiones me he alabado a mí mismo con aquello que Tú me has regalado? ¿Cuántas veces me pongo en oración simplemente mirándome a mí mismo, aquello que quiero o aquello que pienso que necesito, y pierdo de vista que estoy hablando contigo? Y ni siquiera te alabo ni te agradezco nada.
Hoy vengo a Ti sabiéndome pobre y necesitado. En pocos días celebraremos tu nacimiento y reconozco que hay partes en mi corazón donde todavía Tú no has nacido.
Señor, como María y como san Francisco, quiero ser tu esclavo, quiero que Tú lleves, guíes y dirijas mi vida. Dame la humildad necesaria para reconocer que mis grandes acciones proceden de Ti.
Amén.
Hoy pídele al Señor luz para que te muestre aquellos lugares donde esta Navidad quiere nacer en ti. Aquellas cosas que más te cuesten, especialmente aquellas heridas que hay en tu corazón que tanto rechazas.











