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Del Evangelio de san Mateo 8, 5-11. Adaptación.

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».

Le contestó: «Voy yo a curarlo».

Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano».

Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe».

Querido Jesús, en el Evangelio de hoy me hablas de fraternidad universal.

Este mensaje de fraternidad universal, que no entiende de fronteras, lo han seguido

muchos cristianos desde los primeros siglos hasta el día de hoy: me acuerdo de san Pablo, el gran predicador de los gentiles; de san Francisco, quien dialogó fraternalmente con el sultán de Egipto y se convirtió en uno de los pioneros del diálogo interreligioso…

El Papa Francisco decía: “En la Iglesia, hay espacio para todos. Para todos. En la Iglesia, ninguno sobra. Ninguno está de más. Hay espacio para todos. Así como somos. Todos.” Y eso Jesús lo dice claramente. Cuando manda a los apóstoles a llamar para el banquete de ese señor que lo había preparado, dice: ‘Vayan y traigan a todos’, jóvenes y viejos, sanos, enfermos, justos y pecadores. ¡Todos, todos, todos! En la Iglesia hay lugar para todos”. 

Hoy te pido, Señor Jesús, que cada vez me sienta más llamado a vivir en fraternidad.

Amén.

Hoy me comprometo a reconocer y valorar lo bueno de los demás: diré una palabra positiva o de agradecimiento a alguien, recordando la mirada de Jesús que admiró la fe del centurión.

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