📍 El 16 de julio de 1228, apenas dos años después de su muerte (3 de octubre de 1226), el papa Gregorio IX canonizaba a Francisco de Asís, en una ceremonia celebrada en la plaza de San Jorge de Asís, junto a la iglesia donde entonces descansaban provisionalmente sus restos.
El pontífice —que había sido cercano a Francisco, aunque con ciertas reservas al principio— quedó profundamente conmovido por la fama de santidad del poverello. A tal punto que ese mismo día emitió una bula ordenando la construcción de un templo digno para acoger sus reliquias: sería un lugar de peregrinación y oración, pero también un signo visible de la nueva corriente evangélica que comenzaba a florecer en la Iglesia.
“El Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio” (San Francisco, Testamento 14).
La fundación del Sacro Convento
Gregorio IX bendijo personalmente la primera piedra del edificio. El lugar elegido fue el colle dell’Inferno, una colina al oeste de la ciudad donde, según la tradición, se ejecutaban a los malhechores. Con ello, la pobreza y la cruz, tan centrales en la vida de Francisco, quedaban también inscritas en el paisaje mismo del santuario.
La dirección de las obras fue confiada a fray Elías de Cortona, uno de los primeros compañeros del Santo, quien dirigió la construcción con extraordinaria rapidez. En 1230, apenas dos años después del inicio de los trabajos, los restos de San Francisco fueron trasladados en procesión solemne desde San Jorge al nuevo templo. La tumba fue dispuesta bajo el altar mayor de la Basílica Inferior, en una ubicación secreta, sellada y protegida, como medida contra posibles saqueos o traslados no autorizados.
“Bienaventurado el siervo que ama a su hermano cuando está lejos de él, tanto como si estuviera junto a él” (Admoniciones, XXV).
Una “caput et mater” para la familia franciscana
La iglesia recibió desde el principio el título de Basílica y fue declarada por el Papa como “caput et mater” (cabeza y madre) de todas las iglesias de la Orden franciscana. Este gesto no solo consolidaba el lugar como centro espiritual de la familia franciscana, sino que también institucionalizaba la memoria carismática de San Francisco, anclándola en una arquitectura de notable simbolismo.
En 1253, el papa Inocencio IV la consagró solemnemente. Más adelante, en 1754, Benedicto XIV la elevó al rango de Basílica Patriarcal y Capilla Papal, subrayando su importancia no solo para los franciscanos sino para toda la Iglesia universal.
“No te gloríes del bien que hay en ti, más bien reconócelo como don de Dios y agradécele por ello” (San Buenaventura, Itinerarium mentis in Deum, Prólogo).
Arte y teología en piedra y color
La Basílica de San Francisco de Asís, construida en dos niveles (la Inferior y la Superior), es uno de los conjuntos artísticos más importantes del mundo medieval. Fue decorada por algunos de los más grandes artistas del siglo XIII y XIV: Cimabue, Giotto, Simone Martini, Pietro Lorenzetti, entre otros. La Basílica Superior narra visualmente la vida de San Francisco, en un ciclo de frescos que no solo es una joya artística, sino también una catequesis visual sobre la radicalidad evangélica.
El arte aquí no es un lujo, sino una forma de predicación que traduce el carisma franciscano a la experiencia sensible. Por ello, la basílica no es solo lugar de culto, sino también un espacio formativo, una “escuela de santidad” que ha educado a generaciones de frailes, laicos, peregrinos y estudiosos.
“El espíritu del Señor, que habitó en sus siervos, ha sido su maestro interior y guía exterior” (Beato Tomás de Celano, Vita Prima, I, 2).
Un signo vivo de fraternidad y comunión
Hoy, la Basílica sigue siendo custodiada por los Frailes Menores Conventuales, y se ha convertido en un centro de espiritualidad, diálogo interreligioso y acogida. Es un lugar donde las piedras hablan, donde el silencio invita a la contemplación, y donde la figura de Francisco sigue interpelando al mundo contemporáneo.
En tiempos de crisis ecológica, conflictos sociales y búsqueda de sentido, la Basílica de San Francisco se alza como signo de paz, minoridad y fraternidad universal. Es mucho más que un edificio: es una profecía en piedra, un Evangelio encarnado, una casa para todos.
“Comencemos, hermanos, a servir al Señor Dios, porque hasta ahora poco o nada hemos hecho” (San Francisco, palabras pronunciadas poco antes de su muerte, según Tomás de Celano).

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