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Del Evangelio de san Lucas 3, 10-18

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: «¿Entonces, qué debemos hacer?».

Él contestaba: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».

Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?».

Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido».

Unos soldados igualmente le preguntaban: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?».

Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».

Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».

Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.

Señor Jesús, en este evangelio hay algo que me llama la atención de forma especial: todos preguntan a Juan, tu mensajero, que prepara el camino para tu venida, qué es lo que deben hacer. En el fondo, todos – la gente del pueblo, los publicanos, los soldados… -, quieren saber cuál es el plan de Dios para ellos, y por eso piden consejo a Juan.

Algo más de mil años más tarde san Francisco también se preguntaba delante del Cristo de san Damián cuál era el plan de Dios para él, y mil años después, en el 2024, cada uno de nosotros seguimos haciéndonos esta misma pregunta: “Señor, ¿qué debo hacer con mi vida?”.

La respuesta ante esta pregunta es única y distinta para cada uno de nosotros. Tu Evangelio de hoy me lo ha dejado claro, pues cada uno que pregunta a Juan recibe una respuesta distinta, según sus circunstancias. La respuesta que recibió san Francisco fue: “Ve y repara mi Iglesia”. ¿Cuál será la respuesta que tienes guardada para mí?

Señor Jesús, no hay recetas ni atajos para discernir tu voluntad en mi vida. Por eso hoy te pido dos cosas: que no me canse de preguntarte qué quieres de mí, y que me des paciencia y perseverancia en la búsqueda de la respuesta. Una respuesta que, sin duda, llenará mi vida de sentido. Amén.

Hoy, en mi momento de oración, preguntaré a Dios sin miedo qué quiere de mí. Y lo seguiré repitiendo con frecuencia en mi oración.