Del Evangelio de san Lucas 15, 25-32
En aquel tiempo, comenzaron a celebrar el banquete por el hijo menor que había regresado, mientras el hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado.”»
Señor, ¡cuántas veces me siento identificado con el hermano mayor! Quizás durante mi vida he estado cerca de ti, intentando vivir los mandamientos y sirviendo en la parroquia o donde se me necesite. Y me puede salir esa queja o ese resentimiento, como el hermano mayor, porque en el fondo me creo que eso me da derechos…
Señor, enséñame a ser agradecido con todo lo que tengo y lo que soy. Porque todo me lo das tú. Como San Francisco, me pregunto: ¿Quién soy yo… para merecer todo el amor que me das, para que pueda vivir en tu casa? Que estar cerca de ti no haga que me crea, mejor que nadie.
Amén.
Hoy intentaré no creerme mejor que los demás, dando gracias a Dios por lo bueno que hacen los demás.
