Adaptación del Evangelio de Mateo (Mt 8, 5-11)
Al entrar Jesús en Cafarnaún, se le acercó un soldado romano diciendo: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».
Cuando Jesús le dijo que iba a su casa a verlo, el soldado pensó que él no merecía acoger en su casa a Jesús y le dijo: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano».
Cuando Jesús le oyó, se quedó admirado y dijo a los que estaban con Él: «No he encontrado en Israel nadie con tanta fe”.
Querido Jesús, hoy dices al centurión romano: “En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe.”
Casi no le conocías y te atreviste a decirlo delante de tus discípulos, que te acompañaban cada día. Era un centurión romano, considerado como enemigo de Israel, y te atreviste a decirlo delante de muchos israelitas.
Y veo que lo que me quieres enseñar es que tu mensaje está abierto a todos. Que nadie debe creerse ni superior, ni mejor, ni con más fe… y te reconozco que esto me cuesta un poco.
San Francisco de Asís, poniendo en práctica esta enseñanza, fue un verdadero ejemplo de humildad y apertura al otro, fuera quien fuera y creyera en lo que creyera.
Y yo me pregunto: ¿Cómo me porto con las personas que no creen en Ti? ¿Mis palabras y acciones ayudan o dificultan a que puedan encontrarse contigo?
Señor Jesús, gracias por la enseñanza que me has regalado hoy. Ayúdame a ser cada día un poco más humilde, un poco más abierto al diferente, un poco más como Tú fuiste con el centurión.
Amén.
Voy a intentar hoy acercarme a alguien que sea muy diferente a mí y relacionarme con él como un amigo.