Del Evangelio de san Lucas 11, 29-32
En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles:
«Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Pues como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación.
La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y hará que los condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.
Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás».
Jesús, hoy podría pensar que estás siendo muy duro con tu pueblo. Lo cierto es que lo más duro en este relato son los corazones de quienes desprecian tu
sabiduría, pidiéndote lo que piensan que valdrá mucho más que tus palabras: signos, milagros…
Si vinieras hoy a esta generación, tu discurso sería igual. Seguimos buscando pruebas tangibles que nos confirmen todo, y cuanto más contundentes sean, mejor, aunque siempre nos queden sospechas. Contigo es igual: ¡cuántas veces pedimos que obres algo concreto para ver que nos escuchas, y si no sucede, nos enfadamos o desanimamos!
La sabiduría para un cristiano no está en la búsqueda constante de confirmaciones; como le dice san Francisco a un hermano en Sabiduría de un pobre (É. Leclerc, capítulo 4): “Todos los libros del mundo son incapaces de dar la Sabiduría. Es preciso no confundir la Ciencia con la Sabiduría. (…) En la hora de la prueba, en la tentación o en la tristeza, no son los libros los que pueden venir a ayudarnos, sino simplemente la Pasión del Señor Jesucristo. (…) Ahora yo sé a Jesús pobre y crucificado. Esto me basta”. Tu sabiduría, Jesús, es la del amor, la de la fidelidad en la prueba y en el silencio, la de la salvación. ¿Estoy dispuesto a convertir mi corazón de piedra a tus palabras, a fiarme de tu sabiduría y saberme salvado por ti?
Jesús, ayúdame a confiar, a darte mi corazón de piedra para que lo conviertas en uno de carne que se muestre pobre y simple, que se fíe y se deje amar por ti. Con san Francisco, saludo a esta virtud, y te la pido, Jesús: “¡Salve, reina sabiduría! Que Dios te salve con tu hermana la santa pura sencillez”. Amén.
Hoy voy a hablarte con sencillez, Jesús, pidiendo tu sabiduría para mi día, y rezando con las siguientes palabras: “Señor, arranca mi corazón de piedra y dame uno de carne».
