Provincia
La sonrisa de Emilio
- enero 20, 2022
- Tiempo de lectura: 5 minutos

OFMCONV España

Fr. Juan Antonio Adánez
Ministro provincial
Acabo de regresar de Colombia tras realizar la visita canónica a las comunidades franciscanas conventuales y de vivir la experiencia del Capítulo Custodial junto a los frailes colombianos. Ha sido un mes de comunicaciones y de encuentros, de oraciones compartidas y de paseos con paisajes alucinantes.
Estoy seguro de que hablar de Colombia y de nuestras presencias allí no es algo nuevo, sobre todo cuando nos referimos a nuestros proyectos misioneros y solidarios. ¿A quién no le suena familiar Corozal (pronunciado con ese)? Seguro que sí: el comedor social, el refuerzo escolar, la animación sociosanitaria, la experiencia de fe catequético-franciscana… y el apadrinamiento. Este es el motivo del título de esta página, que tiene que ver con una experiencia que he vivido en esos maravillosos días.
Estaba en Corozal visitando a los frailes, compartiendo su vida y sus proyectos, celebrando en la parroquia Santa Clara, llena de fieles (muchos jóvenes, niños y adultos que cantan, danzan y dan palmas en una explosión festiva de la fe, a pesar de su pobreza). Decía que estaba allí cuando un voluntario me propuso visitar a un chico apadrinado. «Es un momento, fray (ellos nos llaman así)», me dijo. No os cuento el trayecto en moto a uno de los corregimientos (aldeas) que animan pastoralmente los frailes. Caminos y veredas llenos de curvas y grandes baches en medio de la sabana colombiana, donde la mirada se pierde entre verdores de valles, humedales, árboles desconocidos y puestas de sol de película.
Pero quiero dar testimonio emocionado de lo que me encontré al entrar en una modestísima vivienda: la sonrisa de Emilio (en la foto). Un adolescente educado, simpático, juicioso, como dicen allí, que no paraba de darme las gracias por lo que hacemos por él a través de Misiones Franciscanas Conventuales. Me enseñó sus notas excelentes y la tablet que le hemos dado para estudiar durante la pandemia desde casa. Emilio sonriendo y yo mirando con cara de póker, intentando decirle que él acababa de llenar mi corazón de amor. Que las gracias las tenía que dar yo (bueno, todos los que ayudáis en este proyecto). Que en su sonrisa estaba la sonrisa de Dios y que en su mirada serena estaba la mirada entrañable de Dios y el abrazo de Francisco de Asís. Ojalá que no nos cansemos de ser generosos con aquellos que más lo necesitan. Su sonrisa vale más que todo el oro del mundo.
Aprovecho estas líneas para dar gracias, de corazón, a Misiones Franciscanas Conventuales por vuestro trabajo sencillo, constante, callado… pero que tiene sus frutos en forma de un plato de comida, un libro, una sonrisa y una oración. Gracias por vuestra entrega. Dios sabrá compensaros como solo Él sabe hacerlo. Seguid haciendo el bien y que podamos disfrutar mucho tiempo de sonrisas y abrazos como los de Emilio.