Lo que en un primer momento puede ser una intuición, “algo que se mueve por dentro y que no me deja tranquilo”, una pregunta, una inquietud… poco a poco ha de irse iluminando y clarificando. En esta fase es posible que experimentes que el deseo de dar un paso más aparece con intensidad y estarías dispuesto a todo. Luego, aminora y vuelves a lo de siempre, porque en el fondo, – piensas -, es imposible que sea capaz de vivir algo así, por lo tanto es mejor olvidarlo, aunque sea verdad. Además, sería tan complicado decírselo a mis padres, a mis amigos, a la gente que me conoce… ¡a mi novia! Este razonamiento te parece muy comprensible y tranquilizador, y lo dejas pasar. Estás cargado de razones parecidas, pero el deseo sigue ahí y cuando menos te lo esperas reaparece…
Cuando se tiene la intuición de la llamada, y desde la confianza en Dios y la valentía decidimos seguir adelante y no huir, se da el paso a la experiencia, es decir, se toma contacto con un fraile o se visita una fraternidad para comenzar un camino de diálogo y poder así descubrir la voluntad de Dios sobre mi vida: ¿Me estás llamando de verdad? Esto que siento y que no me deja tranquilo, ¿de dónde me nace y hacia me quiere llevar?