Imagen: «San Buenaventura recibe el hábito de San Francisco» de Francisco de Herrera, del año 1628, óleo sobre lienzo (231x215cm). Lo puedes encontrar en el Museo del Prado, en Madrid.
San Buenaventura –Juan de Fidanza– nació en Bagnoreggio, pequeña ciudad italiana en las cercanías de Viterbo. Un hecho milagroso ilumina su niñez como anuncio de lo que sería su vida. Estando gravemente enfermo, su madre lo encomendó a san Francisco de Asís, por cuya intercesión recuperó la salud. La figura del «Poverello» de Asís llegó a ser todavía más familiar para él algunos años más tarde, cuando se encontraba en París, donde estudiaba. Fascinado por el testimonio de fervor y radicalidad evangélica de los Frailes Menores, que habían llegado a París en 1219, Juan llamó a las puertas del convento franciscano de esa ciudad, y pidió ser acogido en la gran familia de los discípulos de san Francisco. Muchos años después, explicó las razones de su elección: en san Francisco y en el movimiento que él inició reconocía la acción de Cristo. En una carta dirigida a otro fraile escribía lo siguiente: “Confieso ante Dios que la razón que me llevó a amar más la vida del bienaventurado Francisco es que ésta se parece a los comienzos y al crecimiento de la Iglesia. La Iglesia comenzó con simples pescadores, y después se enriqueció de doctores muy ilustres y sabios; la religión del bienaventurado Francisco no fue establecida por la prudencia de los hombres, sino por Cristo”. Durante un decenio enseñó en París con gran fruto. Y, cuando apenas contaba treinta y seis años, la Orden, reunida en Roma en Capítulo general, le eligió como Ministro el 2 de febrero de 1257.
Desempeñó ese cargo durante diecisiete años con sabiduría y entrega, visitando las provincias, escribiendo a los hermanos, interviniendo alguna vez con una cierta severidad para eliminar abusos. Cuando Buenaventura inició este servicio, la Orden de los Frailes Menores se había desarrollado de modo prodigioso: los frailes esparcidos por todo Occidente eran más de 30.000, con presencias misioneras en el norte de África, en Oriente Medio e incluso en Pekín. En 1260, el Capítulo general de la Orden en Narbona aceptó y ratificó las primeras Constituciones, propuesta por Buenaventura, en las que se recogían y se unificaban las normas que regulaban la vida diaria de los Frailes Menores. Buenaventura intuía, sin embargo, que las disposiciones legislativas, si bien se inspiraban en la sabiduría y la moderación, no eran suficientes para asegurar la comunión del espíritu y de los corazones. Era necesario que se compartieran los mismos ideales y las mismas motivaciones.
Por esta razón, Buenaventura quiso presentar el auténtico carisma de Francisco, su vida y su enseñanza. Por eso recogió con gran celo documentos relativos al «Poverello» y escuchó con atención los recuerdos de quienes habían conocido directamente a Francisco. Nació así una biografía del santo de Asís bien fundada históricamente, titulada Legenda Maior, redactada también de forma más sucinta, y llamada por eso Legenda minor.
Predicaba con frecuencia impulsado de su celo por el bien de las almas. Papas y reyes, como San Luis, rey de Francia, universidades, corporaciones eclesiásticas y especialmente comunidades religiosas eran sus auditorios. Los papas le distinguieron con su aprecio, consultándole en cuestiones graves del gobierno de la Iglesia. Gregorio X (1271-76), que por consejo del Santo había sido elevado al sumo pontificado, le nombró cardenal, le consagró obispo él mismo y le retuvo a su lado para preparar el segundo concilio ecuménico de Lyón, en el que el Buenaventura dirigió los debates y por su mano se realizó la unión de los griegos a la Iglesia de Roma. Fue el broche glorioso de una vida consagrada al bien de la Iglesia y de su Orden. Pocos días después, el 15 de julio de 1274, entregaba a Dios su alma en medio de la consternación y tristeza del concilio, que se había dejado ganar por el irresistible encanto de su personalidad y por la santidad de su vida. El Papa mandó –caso único en la historia– que todos los sacerdotes del mundo dijeran una misa por su alma. Un notario pontificio anónimo compuso un elogio de Buenaventura, que nos da un retrato conclusivo de este gran santo y excelente teólogo: “Hombre bueno, afable, piadoso y misericordioso, lleno de virtudes, amado por Dios y por los hombres… De hecho, Dios le había concedido una gracia tan grande, que todos los que lo veían quedaban invadidos por un amor que el corazón no podía ocultar”. Su fiesta se celebra el 15 de julio.
Oración a San Buenaventura:
Dios de bondad y misericordia, concede a cuantos hoy celebramos la fiesta de tu obispo san Buenaventura la gracia de aprovechar su admirable doctrina e imitar los ejemplos de su ardiente caridad. Dios de bondad y misericordia, concede a cuantos hoy celebramos la fiesta de tu obispo san Buenaventura la gracia de aprovechar su admirable doctrina e imitar los ejemplos de su ardiente caridad.