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“Ya no diré más Padre mío sino Padre nuestro que estás en el cielo”. ¿Cuántas veces he escuchado esta experiencia de conversión en san Francisco? Señor, la verdad es que muchas… Como san Francisco en sus primeros años, yo también me olvido de que eres Padre, de que te alegras cuando, como un niño, vuelvo a ti. Padre bueno, hoy tu Hijo me recuerda que debo volver a lo sencillo, a mi experiencia filial. Me invitas a volver a reclinarme sobre tu pecho y sencillamente permanecer. ¿Hace cuánto tiempo que no descanso en ti? ¿Hace cuánto tiempo que sigo pensando que me valgo por mí mismo?

Pero qué gran alegría y qué buena noticia redescubrir que, despierto o dormido en el quehacer frenético de mi vida, Tú me miras embelesado con ojos de Padre y esperas que vuelva a recostarme sobre tu pecho.

Este es el perdón al que me invita hoy tu Hijo, redescubrir que ese per-don, don perfecto, viene primero de ti y que estoy llamado a ofrecerlo a los demás, mis hermanos, que son también tus hijos. Sí, Padre. Solo así entraré en el misterio profundo de la oración que Cristo nos dejó. Incomprensible si no me sé en el nosotros de un mismo Padre. Así, ya no diré solo Padre mío, sino, con mis hermanos, Padre nuestro que estás en el cielo.

Gloria a nuestro Padre que nos guarda con amor, gloria al Hijo y hermano nuestro en el amor, gloria al Espíritu Santo, vínculo de nuestro amor. 

Amén.    

Practica el perdón con los demás, en especial con alguien con quien te hayas enfadado últimamente por algo que te haya hecho y que te ha ofendido.