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Señor Jesús, los discípulos de Juan acuden a ti para quejarse de los tuyos, para reprocharte que ellos y los fariseos son los buenos, los que cumplen con lo que está mandado y, en cambio, los que están contigo no. Tu respuesta seguro que los dejó callados. Vienes con este evangelio a recordarnos que un día contigo ya no hará falta el ayuno, porque estaremos a tu lado. 

Vivimos en una sociedad que nos dice que no debemos posponer ninguno de nuestros deseos: si queremos algo abrimos Amazon y al día siguiente lo tenemos en casa; si sentimos hambre pedimos un Glovo; disponemos de miles de canales en la televisión, Netflix… No nos privamos de nada. Y nos dicen que es bueno que lo tengamos todo ya. Somos como niños sin fuerza de voluntad para posponer nuestros deseos, como el que está delante de una tarta y no puede evitar probarla. Ayunar no está de moda, pero la Iglesia me dice que es bueno para mí. ¿Quitarme de algo me ayuda?

Ayúdame, Señor, a darme cuenta de cómo el ayuno es una buena práctica para mí hoy. ¿De qué tengo que ayunar? ¿Qué me está alejando de ti? Ayúdame a entender que renunciar a algo material, a un tiempo con el móvil, a alguna apetencia y posponerlo por ti me permite ponerte en el centro. Quiero sumarme a toda la Iglesia en sus prácticas cuaresmales y, en esta Cuaresma que me regalas, quiero, además, poner más de ti en mi vida y menos de mí. Dame luz para descubrir dónde estoy y qué me separa de ti.

Amén.

Quítate de algo concreto hoy para dedicarle este tiempo a Jesús.