Oración

Fr. Abel García-Cezón
Redacción web
Greccio, Navidad de 1223. San Francisco prepara todo lo necesario para la celebración, lo más dignamente posible, de la misa de Nochebuena. Con la ayuda de un tal Juan, pide que coloquen un poco de paja en un pesebre y que traigan un buey y una mula, para que sea visible “con los ojos del cuerpo”, el modo en el cual el Niño Jesús nació en Belén, en medio de la más absoluta indigencia y precariedad. Al Santo de Asís le resultaba imposible contener la emoción cada vez que meditaba acerca del modo con el que el Hijo de Dios nació en Belén, asumiendo nuestra condición humana y frágil siendo Dios. Y como quiso escoger la vía de la humildad para venir al mundo y hacerse “hombre entre los hombres”, naciendo, no en un palacio ni siquiera bajo el techo de una casa, sino en una gruta, en un lugar cualquiera… Lo más asombroso y desconcertante es que, también hoy, el Hijo de Dios no nace donde nosotros quisiéramos o hubiéramos deseado, es decir, en nuestros éxitos, triunfos y seguridades, sino en la humilde gruta de nuestra pequeñez, de nuestras heridas, de nuestros fracasos… Para conquistar nuestro corazón y hacerlo más libre, más disponible, menos autosuficiente. Por eso no despreciemos nuestra pequeñez, nuestros fracasos y heridas, ni los escondamos, porque el Verbo plantará su tienda y se abrirá camino precisamente ahí. ¡Y entonces será realmente nuestro Salvador! ¡Y nuestra alegría será grande y verdadera! Será de verdad Navidad.