Oración

Número VII

OFMCONV España

Fr. Abel García-Cezón

Fr. Abel García-Cezón

Redacción web

Cuenta san Buenaventura en su Leyenda Mayor (10,4) que cuando san Francisco quedaba solo y sosegado, llenaba de gemidos los bosques, bañaba la tierra de lágrimas, se golpeaba con la mano el pecho, y, como quien ha encontrado un santuario íntimo, conversaba con su Señor.

Allí respondía al Juez, allí suplicaba al Padre, allí hablaba con el Amigo, allí también fue oído algunas veces por sus hermanos -que lo observaban- llorar en alta voz la pasión del Señor como si la estuviera presenciando con sus propios ojos. Allí lo vieron orar de noche, con los brazos extendidos en forma de cruz, mientras todo su cuerpo se elevaba sobre la tierra y quedaba envuelto en una nubecilla luminosa, como si el admirable resplandor que rodeaba su cuerpo fuera una prueba de la maravillosa luz de que estaba iluminada su alma.

Allí también se le descubrían misteriosos secretos de la divina sabiduría, que no los hacía públicos sino en el grado que le urgía la caridad de Cristo o se lo exigía el bien del prójimo. 

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