Herodes, a pesar de los siglos que nos separan de él, es un personaje muy de nuestros días. Representa la superficialidad, quedarse en lo banal: «Hazme un milagro», dirá a Jesús. Era el estilo de la corte donde vivía Herodes, donde lo superficial había hecho desaparecer lo auténtico; donde lo frívolo disimulaba el vacío de aquellos corazones que solo vivían para el lujo, la fiesta y la apariencia. Esa corte caprichosa resulta curiosamente actual. Herodes pudo aprovechar la oportunidad de cambiar y no lo hizo. Ya ante Juan el Bautista le ocurrió lo mismo, pero al final cedió a la presión. Tuvo a Jesús ante él y no supo descubrir que era el esperado de su pueblo, aquel que traía la verdadera felicidad que su corazón buscaba. La buscaba, sí, pero mal, muy mal. En lugares equivocados. Y todo por quedarse en la superficie, por no atreverse a dar el salto.

Señor, tenemos dificultad para la profundidad. Nos cuesta entrar en algo a fondo. Es más sencillo quedarse en la superficie, ir de cosa en cosa, pero sin profundizar en nada. Es bueno ser alegre, ¡es lo propio del cristiano! Pero hoy se ha impuesto una risa floja y frívola, un modo de ser y de estar sin fondo, sin raíces. Una diversión que atonta, anestesia y distrae, pero nada más. Enséñame a tomar en serio las cosas importantes y a disfrutar con las cosas sencillas. No se trata de no saber disfrutar de la vida, pero sí de aprender a disfrutarla bien… Se trata de no banalizar lo importante, sino de acogerlo y dejarse interpelar, aunque duela un poco. Amén.

No te quedes en la superficialidad. Busca la profundidad y toma en serio las cosas importantes.