Del Evangelio de san Lucas 9, 22-25
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».
Entonces decía a todos:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?».
Señor, tú no engañas. Hablas de padecer mucho, en vez de gozar; hablas de ser desechado y no de fama y estima. Hablas de muerte y no de éxito y, aunque nombras la resurrección, parece que esta parte de la historia no nos alcanza. Cualquier experto en marketing te diría que estás loco por hablar así y, sin embargo, hay muchos que han ido y siguen yendo en pos de ti.
¿Quién eres tú, que a pesar de tu mensaje haces que muchos te sigan? ¿Quién eres tú para que crean en ti y en tus palabras, para que te confíen sus vidas y su suerte? No son superhombres o supermujeres, experimentan el dolor, el miedo, la incertidumbre, el sufrimiento y, sin embargo, saben que solo tú eres el que salvas. Han tomado la cruz en sus manos y la cargan cada día detrás de ti, en silencio, lejos de las miradas, los focos y las redes. Pero son hermanos nuestros. Puede que no conozcamos sus rostros ni sus historias, pero sí sabemos que son tus discípulos y que comparten tu pasión.
Hoy, ante tantos testigos mudos me pregunto: y yo, ¿quiero seguirte? ¿Estoy dispuesto a poner por obra tus palabras y a poner mis pies en tus pisadas? ¿En qué se nota que soy de los tuyos?
Te pido, Señor, que me enseñes a ser tu discípulo y que me ayudes a ser tu testigo allí donde tú quieras que esté, como hizo san Francisco. Amén.
Hoy voy a rezar por los cristianos perseguidos por seguir a Jesús.
