Del Evangelio de san Mateo 11, 28-30
En aquel tiempo, Jesús tomó la palabra y dijo:
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Señor Jesús, hoy, como en aquel tiempo, tomas Tú la palabra en mi vida y vuelves a decir a lo más profundo de mi corazón: “Ven a mí y encontrarás descanso para tu alma”. Pero Señor, ¿cómo puede hacerme descansar un yugo y una carga? Apenas puedo con la enorme carga de mis ansiedades, debilidades, pecados y agobios… ¿Y Tú pides que cargue aún más?
Con tus palabras me recuerdas que solo yendo a Ti encontraré lo que no puedo encontrar en ningún lado: alivio. Sí, tu yugo no es como los de este mundo, que asfixian: el yugo de la autosuficiencia y el ego, la carga de mi vanidad y mis pecados, que continuamente pongo sobre mi vida, mostrándose ligeros y llevaderos, pero que a la larga me doblegan, me esclavizan y me dejan solo. Sólo Tú, mi Señor, vienes a mí y me llamas a ir hacia Ti.
Señor, yo no sé llevarlo. Sabes bien que volveré a mis cargas pasadas. Enséñame a ser como Tú, manso y humilde. Si me alejo otra vez, ven a por mí. Si me derrumbo bajo tanto peso, enséñame a levantarme. Si me desvío de tus pasos, ayúdame a encontrar otra vez mi descanso en Ti.
Gracias, Señor Jesús, por el ejemplo de los mansos y humildes de corazón; gracias por san Francisco que llevó tu yugo llevadero y tu carga ligera. Amén.
Hoy voy a pedir especialmente al Señor mayor humildad en todo lo que haga y en mi relación con los demás