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Del Evangelio de san Lucas 15, 1-3. 11-24

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola:

«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de tu dinero”.

El padre les repartió los bienes.

El hijo menor se marchó a un país lejano, y allí se gastó todo el dinero sin medida. Cuando lo había gastado todo, empezó a pasar necesidad.

Entonces, se dijo: “Los trabajadores de mi padre tienen mucha comida, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, iré adonde está mi padre, y le diré: Padre, me arrepiento de haberme gastado todo el dinero. Ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus trabajadores”.

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y le dio una alegría infinita y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.

Su hijo le dijo: “Padre, me he portado mal; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.

Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida las mejores ropas; traed un ternero y preparad una buena comida; comamos y celebremos una gran fiesta, porque este hijo mío estaba perdido y lo hemos encontrado.”

Al escuchar el evangelio de hoy me sorprende la reacción del padre con el hijo que había malgastado todo el dinero.

Señor, no lo entiendo. Lo razonable sería que, al verle llegar, el padre estuviese enfadado y le castigara. Sin embargo, se le echó al cuello y cubrió de besos a quien hacía poco se había portado tan mal.

Señor, yo también a veces he actuado mal y doy importancia a cosas que no la tienen. Concédeme el atrevimiento de volver a ti y hazme experimentar la alegría de sentirme amado sin merecerlo. Tú no nos humillas, sino que nos llenas el corazón de agradecimiento y humildad.

Amén.

Hoy en la oración le pediré a Dios que me haga humilde para darme cuenta de que, a pesar de mis errores, Él me ama con locura.