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Del Evangelio de san Mateo 5, 20-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil” tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehena” del fuego.

Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.

Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo».

Señor, tú eres Rey de justicia y, al mismo tiempo, Señor de misericordia. En el trono de la cruz te contemplamos en este viernes de cuaresma. Con los brazos abiertos y tu corazón traspasado nos abres las puertas de tu reino.

 

“¿Quién eres Tú?  Y ¿quién soy yo?” Mirando tus llagas, como san Francisco, acojo tu palabra. ¿Cómo seguir las huellas de tu justicia? “Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor”, dice el Poverello en su Cántico de las criaturas. Loado seas, porque, sabiendo que solos no podemos, nos has confiado a “la Reina de cielo y tierra”, que como afirma sta. Teresita, “es más Madre que Reina”. Y es que, como explica el mártir franciscano san Maximiliano María Kolbe, “Dios dividió su reino en dos partes, se reservó para sí la justicia y a la Virgen María le confirió la misericordia”.

 

Gracias, Dios mío, por darnos a tu Madre al pie de la cruz. María, ayúdame a pedir perdón y a perdonar siempre. Esa es la verdadera justicia del reino de tu Hijo. Hazme tú ofrenda para Jesús y que, por vuestra misericordia, un día estemos juntos en el reino de los cielos. Amén.

Hoy contemplaré unos minutos a Jesús en la cruz junto a la Virgen María y les pediré que me enseñen a perdonar.