Skip to main content

Del Evangelio de san Mateo 25, 31-46

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuando venga en su gloria el Hijo de Dios, dirá a algunos: “Venid vosotros y heredad el Reino de los Cielos; porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, no me conocíais y me metisteis en vuestra casa, estuve desnudo y me vestisteis, en la cárcel y me visitasteis”.

Entonces ellos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te alojamos en nuestra casa, o te vimos desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”

Entonces el Hijo de Dios les dirá: “Cada vez que lo hicisteis con alguien que lo necesitaba, lo hicisteis conmigo”.

Querido Dios, hoy se nos está hablando del juicio final y soy sincero si te digo que pensar en el hecho de que al final de mi vida seré juzgado, asusta un poco. Sin embargo, también pienso que, si verdaderamente te siento Padre, si creo verdaderamente que enviaste a tu Hijo para salvarnos a TODOS, TODOS… ese miedo debería desaparecer.

No se trata de hacer buenas acciones en mi vida o dedicar tiempo de oración para poder “salvarme” y no ser condenado en ese juicio. No me salvo a mí mismo con mis acciones, sino que tú por tu infinita misericordia eres quien me salva.

Pero entonces, ¿da igual hacer el bien o el mal? ¡Claro que no! Si verdaderamente me siento hijo tuyo amado, la única respuesta que puede brotar de mi corazón agradecido es la de amarte y servirte.

Decía san Francisco al final del Cántico de las Criaturas: “Alabad y bendecid a mi Señor y dadle gracias y servidle con gran humildad”. Señor, estoy convencido de que San Francisco no hizo de su vida una alabanza y una entrega total a ti por miedo a ser condenado, sino por saberse profundamente amado por un amor sin comparación, el tuyo.

Por todo esto, Señor, hoy te pido que me ayudes a hacer de mi vida alabanza y entrega humilde a ti, a mis hermanos y a toda la Creación. No por miedo, sino por amor. 

Amén.

Hoy voy a intentar realizar un pequeño gesto de servicio con alguien, con la única intención de servir a Dios por medio del servicio a los demás.