Del Evangelio de san Mateo 9, 14-15
En aquel tiempo, los discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole:
«¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?».
Jesús les dijo:
«¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán».
Hoy no hay realidad tan incomprendida en la vida cristiana como el ayuno y la abstinencia que, por si no lo sabes, es no comer carne los viernes. Y prueba de ello es que todos los viernes de cuaresma aparecen las mismas preguntas: ¿Y por qué no puedo comer carne? ¿Y tiene sentido comer merluza que es más cara? Y entonces, ¿pegarse una mariscada está bien?
Vamos a ver. La carne es buenísima y el jamón, maravilloso. Y justamente porque es buena y nos gusta, ayunamos. Nos abstenemos porque nos lo pide la Iglesia como un pequeño gesto de sacrificio. Renunciamos a algo bueno y a algo que nos apetece como expresión de nuestro deseo de renunciar a nosotros mismos y como un entrenamiento que nos prepara a renuncias más grandes. Y se nos propone justamente el viernes, el día que recordamos la muerte del Señor en la cruz, un día que san Francisco vivía con especial intensidad al conmoverse por la entrega del Señor. Hoy, al contemplar la entrega de Jesús en la cruz, ¿nos atreveremos a quejarnos por no comer carne?
Señor Jesús, hoy quiero ayunar. Enséñame el valor y el sentido del ayuno y la abstinencia cuaresmal. Aunque me cueste, dame la gracia de ayunar y de renunciar a algo bueno para crecer en fortaleza. Concédeme la gracia de ayunar con alegría. Amén.
Además de no comer carne, piensa en algo en lo que quieres ayunar hoy.
