14 diciembre, 2021

La ciudad rebelde

1. Contempla

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2. Escucha

Sofonías (Sf 3,1-2.9-13)

Así dice el Señor: «¡Ay de la ciudad rebelde!

No obedeció ni escarmentó, no confiaba en el Señor ni se acercaba a su Dios.

Aquel día arrancaré de tu interior tus soberbia, y no volverás a gloriarte sobre mi monte santo. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor, que no cometerá maldades ni dirá mentiras».

3. Reza

¡Qué chocante, Señor! Hoy se lleva ser rebelde, y hay múltiples maneras de expresar esa rebeldía con más o menos dosis de violencia. Ser rebelde, demostrarlo, hacer gala de ello… vende. Los medios nos lo muestran cada día y ya no es sorprendente que se justifique la actitud a cualquier precio. 

Sin embargo, hoy escucho: ¡Ay de la ciudad rebelde! Y me quedo desconcertado. Lo mismo me ocurre con la obediencia… Pero ¿de qué rebeldía hablas? ¿A qué obediencia te refieres? A ti también te llamaron rebelde y revolucionario, mas tu oposición consistió en dar la cara por otros, por los que no tenían voz, por los que no contaban nada, pero sin hacer daño a nadie, ni de palabra ni de obra, ni siquiera a los adversarios.

Señor, tu rebeldía era ante las injusticias que se cometen contra los demás. Algo que pudiste ver y descubrir por tu constante relación con el Padre. Te diste cuenta y entendiste lo que Dios quería y se convirtió en tu deseo y tu tarea. ¡Cuántas noches escuchaste al Padre – eso es la obediencia – y te dormiste en su presencia! ¡Cuántos amaneceres contemplaste en su compañía! A solas con él, pudiste descubrir su infinito amor por la humanidad, un amor que se convirtió en el tuyo y emprendiste su tarea.

Tú te rodeaste de pobres y humildes, ese fue tu pueblo. El pueblo de los que confiaban en Dios a pesar de sus muchas dificultades y fatigas. Y los primeros en formar parte de él fueron María y José. Bien sabían que los soberbios y los engreídos solo confían en sí mismos y por eso dejan a Dios fuera de sus vidas; por eso fueron incapaces de escucharte y dejarse alcanzar por tus palabras; por eso, hoy, siguen viviendo lejos de ti y de los demás.

Ven, Señor, y arranca de mi corazón el orgullo y todo aquello que me lleva a ensalzarme a mí mismo y a olvidarme de ti y de los otros, porque eso no es lo que Tú quieres y, en el fondo de mi corazón, tampoco lo quiero yo ni me hace feliz.

Dame, Señor, un corazón capaz de descubrir y querer lo que Tú quieras, capaz de hacer de tu pasión la mía.  Solo así entraré a formar parte de ese pueblo pobre y humilde de María, de José y de tantos y tantos que te escuchan y te siguen. Amén.

4. Vive

Voy a dejar de pensar que soy el centro del mundo y me voy a preocupar más de los que tengo alrededor, de ayudarles en lo que pueda, de que se sientan a gusto conmigo.